PRIMERA PARTE. LA PERSONALIDAD DEL ESPÍRITU SANTO Y LA TRINIDAD.

En este estudio deseamos examinar sobre todo la acción múltiple del Espíritu Santo. Antes de ello, sin embargo, es necesario reflexionar acerca de quien o qué es el Espíritu Santo. De ahí que dediquemos este capítulo inicial al Espíritu Santo y la trinidad.
Hacemos cuatro afirmaciones respecto a este Espíritu y su personalidad.

A. EL ESPÍRITU SANTO ES UNA PERSONA

Uno de los rasgos distintivos del cristiano es crecer en el Espíritu santo como persona. Desde los primeros tiempos de la iglesia hasta el modernismo actual, ha habido quienes han negado la personalidad del Espíritu en una forma u otra. Muchos predicadores y teólogos llamados cristianos hablan del Espíritu no como ‘Él’ sino como ‘lo’. Ven en Él una influencia  o poder o energía impersonales, y no la tercera Persona de la Trinidad. Sí esto fuera así, nos veríamos privados de algunas de las mayores bendiciones de nuestra salvación. Además, no es bíblico.
La Biblia nos revela en diversas formas que el Espíritu es una persona, ante todo, le atribuye mente, voluntad y emociones, que son características exclusivas de la persona. Los objetos impersonales no tienen estas cualidades, pero el Espíritu de Dios si las tiene. Pablo da por sobrentendido que el Espíritu tiene mente cuando escribe que ‘el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿Quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así también nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios’ (1ª Cor. 2: 10-11) Pablo atribuye conocimiento al Espíritu Santo, y el conocimiento lo tiene una persona, pero no una influencia o poder. La biblia también describe al Espíritu como poseedor de la cualidad personal de voluntad. Leemos que cuando Pablo, Silas y Timoteo querían ir a Bitinia, ‘el Espíritu no se lo permitió’ (Hch. 16: 7) Y en 1ª Cor 12: 11 Pablo nos dice que el Espíritu dio muchos dones a los cristianos, ‘repartiendo a cada uno en particular, como el quiere’. En cuanto a emociones, Efesios 4: 30 da por sentado que el Espíritu puede apesadumbrarse, porque nos manda, ‘contristéis al Espíritu Santo’.
La Biblia también nos revela que el Espíritu es una persona al colocarlo en contigüidad con otras personas. Por ejemplo sabemos que el Padre y el Hijo so personas, y por ello cuando Jesús habla de bautizar a los discípulos ‘en (dentro de) el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo’ (Mt. 28: 19), indica con ello que el Espíritu Santo es persona, lo mismo que lo son el Padre y el Hijo. Santiago, al dar ciertas instrucciones a la iglesia primitiva, escribió, ‘Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias’ (Hch 15: 28) Es evidente que considera al Espíritu Santo como persona capaz de los mismos pensamientos e ideas que tenían él y los Apóstoles.
Además, seria redundancia sin sentido decir que Jesús regreso del desierto ‘en el poder del Espíritu’ (Luc. 4: 14) si el Espíritu fuera simplemente un poder impersonal. Lea de nuevo la frase, poniendo en lugar de poder espíritu. ¡Cuán agradecidos debemos estar de que el Espíritu sea una persona’! Porque precisamente por ser persona nos puede convencer de pecado y con ello guiarnos hasta Dios, morar dentro de nosotros y darnos poder sobre el pecado, e iluminar nuestra mente para entender la Biblia, dirigirnos a fin de poder descubrir la voluntad de Dios, dirigirnos en oración, y llamar a ministros, ancianos y diáconos como oficiales de la iglesia.
Como el Espíritu Santo es persona también podemos reaccionar desfavorablemente frente a El. Podemos resistirnos a El, agraviarlo, despreciarlo, y blasfemarlo. Esto le desagrada y seguramente nos causará daño. Ojala nunca neguemos la personalidad del Espíritu, sino que cream0os en El y experimentemos las bendiciones que esta fe conlleva.

B. EL ESPÍRITU SANTO ES UNA PERSONA DIVINA

Hay quienes han creído que el Espíritu Santo es una persona, pero lo han considerado una personalidad creada, y no como Dios mismo. Se han dado cuenta de que el Espíritu no es un ‘algo’ impersonal, pero lo han considerado como inferior al Padre. La Biblia, sin embargo atribuye al Espíritu Santo no sólo características personales, sino también cualidades divinas. Estos atributos divinos indican que el Espíritu Santo es Dios.
Según las Escrituras, el Espíritu de Dios es omnipotente, porque desempeña un papel en la creación (Gn. 1: 2) en la providencia (Sal. 104: 30) y en la concepción sobrenatural de Jesús (Luc. 1: 35) en la regeneración, y en el dotar a cada cristiano de dones espirituales.
Es también omnisciente, como indica Isaías cuando pregunta: ¿Quién enseño al Espíritu de Jehová, o le aconsejo enseñándole? ¿A quien pidió consejo para ser avisado? ¿Quién le enseño el camino del juicio, o le enseño ciencia, o le mostro la senda de la prudencia? (Is 40: 13-14) Pablo nos quiere enseñar lo mismo cuando escribe que ‘el Espíritu todo lo escudriña, aún lo profundo de dios´ (1ª Cor. 2: 10)
Además se puede describir al Espíritu Santo como omnipresente. El salmista pregunta elocuentemente: ¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a donde huiré de tu presencia? (Sal. 139: 7) Dice que nunca puede eludir la presencia del Espíritu, ni siquiera si asciende al cielo, o desciende al Sheol, o huye hacia el océano, o se esconde en la negrura de la noche. El Espíritu está en todas partes. En el nuevo testamento leemos que le Espíritu mora en los creyentes, y Él que ha hecho que los cristianos sean tantos en número, no le impide estar presente en cada uno de ellos. Si Hebreos 9: 14 se puede interpretar en el sentido de que Cristo se ofreció a sí mismo ‘mediante el Espíritu eterno’ es decir el Espíritu Santo, entonces estamos ante un pasaje que atribuye al Espíritu la cualidad divina de eternidad.
Otra prueba de la divinidad del Espíritu se encuentra en el hecho de que tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento alternan a veces la expresión ‘dijo el Espíritu’ la expresión ‘dijo Jehová’.
Finalmente, el unir simplemente el nombre del Espíritu Santo con los nombres del Padre y el del Hijo como en la gran comisión (Mt. 28. 19) o en la bendición apostólica (2ª Cor. 13: 14) muestra que se coloca al espíritu en el mismo nivel que las otras dos personas, y por consiguiente, se le considera como divino. Seria sumamente ilógico unir el nombre de un ser creado con el de la Divinidad en expresiones tan estrechamente tramadas.
El hecho de la divinidad del Espíritu Santo es importante para nosotros. Si no fuera Dios, no podría llevar a cabo su obra maravillosa en la creación, ni su obra de autoridad en la inspiración, ni su obra iluminadora en la menta del hombre. Ni tampoco hubiera podido superar nuestra depravación para regenerarnos, morar en nosotros y santificarnos. Debemos sentirnos agradecidos de que no sea un ser finito sino una persona Divina.

C. EL ESPÍRITU SANTO ES UNA PERSONA DIVINA DISTINTA DEL PADRE Y DEL HIJO.

En la historia de la iglesia ha habido quienes han creído en la personalidad del Espíritu Santo y en su Divinidad, pero que han insistido tanto en la unidad de la trinidad que han llegado a negar que hubiera tres personas distintas en la Deidad. En le siglo tercero hubo quienes describieron a Dios quien opero en la creación como Padre, luego en la historia  como Hijo, y por fin que se manifiesta como Espíritu Santo. Según su manera de ver no había simultáneamente tres personas en la Deidad. La única Deidad era llamada Padre en una época, Hijo en otra y Espíritu en un tercer momento, o también, el Padre se transformo primero en Hijo, y luego en Espíritu Santo.
Estas teorías se apartan de la revelación de la Escritura. Ciertos textos bíblicos señala bien claramente que hay tres personas distintas y no simplemente manifestaciones diferentes delo mismo Dios. Cuando Jesús fue bautizado, por ejemplo, la voz del Padre resonó desde el cielo para decir, ‘Este es mi hijo amado, en quien tengo complacencia’. En ese mismo momento el Espíritu Santo descendió sobre Jesús en forma de paloma. La aparición simultánea de estas tres Personas hace imposible interpretar a la Deidad simplemente como unidad. Lo mismo se puede decir de la afirmación de Jesús, ‘Y yo rogaré al Padre y os dará otro consolador, para que esté con vosotros para siempre (Jn 14: 16) De igual modo, Hechos 2: 33 distingue claramente entre las tres personas de la Deidad. ‘Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado “Cristo” esto que vosotros veis y oís.
Es una bendición grande tener un Dios que no es una Persona sino tres. Constituye una Trinidad abundante. Porque no sólo hay un Padre que nos ama y cuida de nosotros, sino también un Cristo que trajo salvación e intercede por nosotros y un Espíritu Santo que mora dentro de nosotros y aplica la salvación a nuestra vida.

D. EL ESPÍRITU SANTO PROCEDE DEL PADRE Y DEL HIJO.

Entre las tres personas de la trinidad hay una relación y orden concretos. Del hecho de que las tres Personas son igualmente Dios, no se debe deducir que sean lo mismo. Cada una de ellas tiene propiedades peculiares y relaciones exclusivas hacia las otras. Entre la primera y la segunda persona, por ejemplo, hay la relación de Padre e Hijo. Desde toda la eternidad el Padre engendro al Hijo. El Espíritu Santo no engendro al Hijo, sino que sólo el Padre lo Hizo.
Del mismo modo, hay una relación inmutable entre el Espíritu Santo y las otras Personas de la Deidad, el Espíritu Santo procede eternamente del Padre y del Hijo. Es difícil describir qué significa la procedencia del Espíritu de Dios; no se puede hacer mucho más que repetir las palabras de la Escritura, ya que la Biblia no explica este término. Pero es notable que no diga que el Espíritu Santo fue engendrado por el Padre, como lo fue Cristo. Si esto hubiera sido así, entonces, tal como lo indicaron los Padres de la iglesia, el Espíritu hubiera sido o hermano de Cristo o nieto del Padre. Pero la Biblia omite expresamente el término engendrado en relación con el Espíritu Santo. Como el credo de Atanasiano lo expresa correctamente, no fue ‘ni hecho, ni creado, ni engendrado, sino que procede. Este verbo proceder lo usa Jesús en Juan 15: 26, cuando dice, ‘Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, el dará testimonio de mí’.
El nombre del Espíritu ofrece también otro indicio en cuanto a su relación intratrinitaria. Porque así como el nombre Padre muestra su relación con el Hijo, el nombre Hijo describe su relación con el Padre, así también el nombre Espíritu indica la relación de Él con las otras dos Personas: es una relación en la que es inspirado o exhalado, porque este es el significado del nombre Espíritu.
Se debe recordar, si embargo, que si bien el Espíritu procede de, o es inspirado por, el Padre y el Hijo, sigue siendo totalmente Dios. Su procedencia no quiere decir que sea inferior al Padre y al Hijo, del mismo modo que le Hijo sea engendrado tampoco significa que no este en un plano de igualdad con el Padre. El secreto está en el hecho de que el Espíritu fue enteramente inspirado, del mismo modo que el Hijo fue enteramente engendrado. Nunca hubo un tiempo en que el Espíritu no fuera espirado. Ha coexistido eternamente con el Padre y el Hijo. Decir que procedió de, o fue espirado del Padre y del Hijo no implica que sea menos Dios; sólo habla de la relación que sostiene eternamente con las otras dos personas de la Trinidad.
También debería advertirse que le Espíritu procede tanto del Padre como del hijo, y no sólo del Padre. Que procede del Padre es obvio por Juan 15: 26, pero no se ve tan claro que también proceda del Hijo. Sin embargo se puede deducir esto de los pasajes que nos hablan de que Jesús envía al Espíritu al mundo y lo espira en sus discípulos (Jn 15: 16-17; y 20- 22) La espiración temporal implica una espiración eterna. Refleja cierta autoridad que el Hijo posee incluso en las relaciones intratrinitarias. Además, el Espíritu no sólo se le llama ‘Espíritu del Padre’, sino también Espíritu del hijo’ (Gal. 4: 6) ‘Espíritu de Cristo’ (Rom 8: 9), y ‘Espíritu de Jesucristo’ (Fil 1: 19).
Esta relación del Espíritu con las otras dos personas explica porque el Espíritu Santo es considerado la tercera Persona de la trinidad y no la primera o la segunda. El Padre es primero porque engendra al hijo. El Hijo es la segunda persona porque es engendrado. El Espíritu es la tercera porque procede tanto del Padre como del Hijo.
Es notable que este mismo orden de la Trinidad se revele en la historia, de modo que el Espíritu Santo no adquiere un papel prominente sino después de que las dos Personas han ocupado el primer plano. Desde el tiempo de la creación hasta la época de Cristo, el Padre desempeñó el papel prominente en el mundo. El fue quien recibió la gloria principal en la creación y con quien tuvo que relacionarse especialmente el Israel del Antiguo testamento. Cuando Cristo vino, el Padre dejo de ocupar una posesión tan conspicua, el Espíritu Santo todavía no había aparecido en toda su plenitud, y Cristo desempeño el papel más prominente. Después de la encarnación, sin embargo, Cristo ascendió a los cielos, y la tercera Persona de la Trinidad apareció en escena más que las otras. Así pues, como las tres Personas tiene un orden definido en la trinidad, ese orden se manifiesta en la historia, de modo que cada Persona aparece en la historia en el mismo orden en que se encuentra en la Trinidad.
También se observa lo siguiente: El Espíritu Santo es expirado por el Padre y el hijo en la trinidad. Es lógico pues, que sea el Espíritu Santo, y no el Padre o el Hijo, quien sea exhalado sobre la iglesia en Pentecostés. Esto corresponde al hecho de que, como la segunda Persona de la trinidad es Hijo en la trinidad, debe ser el Hijo encarnado en la tierra. Así también, como la primera Persona de la Trinidad es Padre en al Trinidad, también es el Padre de los creyentes.
Estos son, pues, algunos de los aspectos de la relación del Espíritu Santo con las otras dos Personas de la Trinidad. Si bien no entendemos mucho acerca de esta relación, no deberíamos pasar por alto lo que el Espíritu ha revelado sino, por el contrario, regocijarnos de que haya guiado a su iglesia a una definición de su persona y de su relación con otras dos Personas, por muy limitada que sea esta definición. Porque cada uno de los aspectos de su revelación tiene un propósito y no debe ser pasado por alto.
Las consecuencias prácticas de la doctrina de la exhalación del Espíritu de Dios, ha tenido mucho alcance. En el año 1054 la cristiandad se dividió en dos: la iglesia Católica Romana y la iglesia Ortodoxa Oriental. Si bien esta división se debió a muchos factores, una piedra de tropiezo fue que los cristiano orientales creían que el Espíritu Santo procede del Padre solo, en tanto que las iglesia occidentales confesaban con el concilio de Toledo (589) que el Espíritu procede del Padre ‘y del Hijo’ (Filoque; es decir, y del Hijo, que era el término que simbolizaba la diferencia) Como consecuencia de estas diferencias, el Oriente se separó del Occidente y hoy en Día la Iglesia oriental tiene más de 160 millones de miembros. Así pues, esta doctrina sí tiene enormes efectos prácticos, y si los Padres de la Iglesia no la hubieran formulado hacen 1500 años, todavía hoy día podría haber sido tema candente, que afectara nuestras vidas como miembros de la iglesia. Por consiguiente, debemos estar agradecidos por el conocimiento que el Espíritu Santo nos ha dado en esta materia.
Además, como Abraham Kuyper ha señalado perspicazmente, negar el filioque conduce a un misticismo enfermizo. Tiende a aislar la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas de la acción de Jesús. La redención por Cristo pasa a un plano secundario, en tanto que la acción santificadora del Espíritu pasa al primer plano. Se enfatiza cada vez más la obra del Espíritu en nuestra vida lo cual tiende a coincidir a una cierta independencia de Cristo, de la iglesia, y de la Biblia. La santificación puede descollar mucho más que la justificación, la comunión subjetiva con el Espíritu mucho más que la vida objetiva de la iglesia, y la iluminación por el Espíritu que la Palabra. Kuyper cree que seto es lo que ha sucedido de hecho, hasta cierto punto en la iglesia Oriental, como consecuencia de negar que el Espíritu procede del Hijo tanto como del Padre.

Vemos, pues, que las extensas disputas teológicas que se llevan a cabo en los concilios y sínodos de la iglesia tienen a veces gran influencia. Sus decisiones provienen de las altas esferas hasta los miembros, aún cuando los debates corran el riesgo de llenarse de sutileza. Debemos mostrarnos agradecidos por la revelación preciosa que el Espíritu Santo ha dado de su propio lugar en la trinidad, pero no debiéramos contentarnos con un simple conocimiento intelectual. Antes bien, edificando sobre eso, debemos esforzarnos por conocer en forma personal y en la experiencia propia al Espíritu y sus acciones. Este es el propósito por el que han sido escritos los capítulos. 

EL ESPÍRITU SANTO Y LA CREACIÓN.

Nuestro estudio del Espíritu Santo siempre debería ser práctico. La revelación de Dios no tuvo como fin simplemente satisfacer nuestro deseo de conocer más de los aspectos más profundos de Dios, sino guiarnos tanto a glorificar a Dios por su grandeza como a incrementar nuestro crecimiento espiritual: Sólo un conocimiento preciso del Espíritu Santo en todas sus actividades nos pondrá en condiciones de alcanzar estos fines. Si existe confusión en nuestra mente en cuanto a quien es el   Espíritu Santo o qué hace, nos veremos impedidos de glorificar plenamente al Espíritu y de experimentar con plenitud su obra múltiple en nosotros. Por consiguiente, pasamos ahora a estudiar la obra del Espíritu Santo.
Ante todo, es necesario cuidadosamente de un error. No debemos limitar la obra del Espíritu Santo a la regeneración y santificación del creyente. Así ocurre cuando se considera la salvación, en un sentido estrecho, como si fuera lo más importante de este mundo; cuando comenzamos y concluimos con el hombre, su pecado, su condenación eterna, y su necesidad de la salvación por Cristo. Nuestra visión en este caso es eminentemente antropocéntrica (centrada en el hombre) y no Teocéntrica (centrada en Dios) Nuestra preocupación entonces es casi exclusivamente la salvación, la oración la lectura de la Biblia, y asuntos relacionados con el domingo y reuniones de oración. Si tomamos este punto de vista, es natural pensar en el Espíritu Santo en función del hombre y de su experiencia cristiana y, en consecuencia, restringir la actividad del Espíritu a eso.
Este, sin embargo, no es el enfoque bíblico. La Biblia comienza con Dios y no con el hombre. Es teocéntrica y no antropocéntrica. Da Dios toda la gloria y lo sitúa siempre en el marco desde la eternidad hasta la eternidad lo que incluye los días de entre semana. No se limita sólo a un aspecto de la vida sino que es del Señor Soberano de todas las cosas, ‘absolutamente todas’ de este universo. Por consiguiente, la obra del Espíritu Santo no se puede restringir exclusivamente a la santificación. Tuvo, tiene, y tendrá participación en la creación de este mundo, en la providencia, en la revelación, en la encarnación, en la redención, en la santificación, y en todos los acontecimientos hasta el día del juicio. Por esta razón, en este estudio no limitamos nuestra reflexión a la obra del Espíritu en la regeneración o santificación; porque ésta no es una exposición de la obra del Espíritu Santo en santificación solamente, sino de la obra total del Espíritu Santo.

A. LA OBRA DE LA TRINIDAD EN LA CREACIÓN.

En este mundo existen funciones y obras especiales que realizaron cada una de las Persona de la Trinidad en cuanto distintas de las dos. Cuando pensamos en la creación, por ejemplo, pensamos sobre todo en el Padre y no en el Hijo ni en el Espíritu Santo. En la cruz, sin embargo, fue Cristo quien murió y no el Padre ni el Espíritu Santo. Jesús incluso se distinguió a sí mismo del Padre en la cruz cuando exclamó, ‘Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado? Y ‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu’. Y cuando pensamos en la santificación y en la realización de la salvación en nuestra vida, no pensamos especialmente el Padre ni en el Hijo, sino en el Espíritu Santo. Este es el que mora en el cristiano. De hecho, debido a la negligencia de estas distinciones algunas personas que se sienten angustiadas y ansiosas acuden al Padre o a Cristo para pedir consuelo, cuando, en realidad, deberían acudir al Espíritu Santo, quien es el Santo Consolado.
Con todo, y al mismo tiempo, hay un sentido en el que no podemos separar a las tres personas. Aunque pensamos en el Padre sobre todo como creador, sin embargo, debido a la unidad básica y esencial que existe en la Trinidad, también se dice que el Hijo y el Espíritu Santo crearon. Aunque es evidente que fue el Hijo el que murió en la cruz, sin embargo en un cierto sentido también el Padre estuvo ahí, porque Jesús pudo decir, ‘Yo y el Padre somos uno´´. Y si bien es perfectamente bíblico afirmar que el Espíritu Santo es el que mora en nuestro corazón, sin embargo Cristo pudo decir del Cristiano, ‘MI Padre le amará, y vendremos a el, y haremos morada con él, y haremos morada con él´ (Jn 14: 23). Y Pablo pudo afirmar ‘Vive Cristo en mí’ (Gal. 2: 20). Estas cosas pueden ser ciertas por simple razón de que en la Trinidad, si bien hay Personas distintas, también hay unidad básica, porque las tres son uno.
Al pensar en este punto, sobre todo en relación con el tema de la creación, siempre debemos tener presente este equilibrio perfecto, aunque no lo podamos entender en forma cabal: el equilibrio, por un lado, de la diversidad de la trinidad y de su obra en este mundo, y, por otro lado, de la unidad básica entre las tres Personas. No podemos separarlas como si una de ellas pudiera actuar sola sin las otras; y sin embargo podemos, de acuerdo con la Biblia, atribuirle a una, en cuanto es distinta de las otras dos, ciertas características y obra especial.
En general, las Escrituras indican que la obra de la Trinidad es del Padre, por medio del Hijo, y para el espíritu Santo. El Padre origina, el Hijo ejecuta, y el Espíritu Santo perfecciona. En la redención, por ejemplo, es el Padre quien amó tanto al mundo ‘Que ha dado a su Hijo unigénito’ (Jn 3: 16) Efesios 1: 4 nos habla de que fue el ‘Padre de nuestro Señor Jesucristo’ quien amó a los elegidos y los predestino a la filiación adoptiva en Cristo Jesús. La biblia atribuye el ‘amor de la elección’ al Padre, y no al hijo ni al Espíritu Santo. Y fue el Hijo quien realizó esa redención en el tiempo. No fue el Padre ni el Espíritu Santo quien quienes vinieron al mundo, sino el Hijo. Por ello la redención es ‘por el Hijo’. Del mismo modo, es el Espíritu Santo quien aplica esta redención a la vida del cristiano y la completa. La redención es ‘para el Espíritu Santo’. Así pues, la obra de la redención se puede decir que es ‘del Padre, por medio del Hijo, y para el Espíritu Santo’.
Las mismas distinciones que se encuentran en la redención se encuentran también en la creación. El universo creado también es del Padre, por medio del Hijo, y para el Espíritu Santo. La Biblia indica que cada persona de la Trinidad no desempeño la misma función en la creación. Más bien, ‘sólo hay un Dios, el Padre, el cual son todas las cosas, y un Señor Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, (1ª Cor. 8: 6). Adviértase que todas las cosas son ‘del’ Padre, pero ‘por medio del’ Hijo. Lo que se indica es que el Padre es la fuente de todas las cosas y que le Hijo es el que, utilizando estas cosas, construyó el mundo. Romanos 11: 36. Habla en una forma semejante cuando emplea tres preposiciones diferentes en la afirmación: ‘Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. Hebreos 1: 1-2. Habla en el mismo sentido cuando dice que ‘Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, por quien así mismo hizo el universo’ Juan 1 y Colosenses 1 también mencionan que el mundo fue creado ‘por el Hijo’ y ‘en el’. En otros pasajes como veremos oportunamente, la Biblia habla del Espíritu santo en cuanto perfecciona la obra del Padre y del Hijo.
Abraham Kuyper, en su obra el Espíritu Santo, ilustro esta idea al comparar la creación del universo con la construcción del palacio de un rey. El rey suministra los materiales para el palacio, pero el contratista es quien construye. Así en la creación, el Padre como rey, es la fuente por quien todas las cosas fueron creadas de la nada. El Hijo es como el contratista, quien, tomando los materiales suministrados, construyó el universo, el Espíritu Santo es el que añadió a lo que el Hijo realizó y lo completó, realizando las potencialidades y haciendo que se desarrolle de acuerdo a su naturaleza.
En todo esto, sin embargo, como henos visto, debemos recordar la unidad sustancial de todas las personas de la Trinidad y no separar su actividad, de forma que en un cierto sentido las tres Personas están simultáneamente activas tanto en la redención como en la creación. Comprender esto a la perfección es imposible. Es un misterio. Con todo podemos tratar de entender y de describir la obra de la Trinidad en cuanto nos lo permita la revelación Bíblica.

B. LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO EN LA CREACIÓN.

I. Con estas distinciones Trinitarias como base para nuestra reflexión, podemos ahora pasar a ver lo que la Biblia dice en forma más directa acerca de la obra del Espíritu Santo en al creación. Se pueden mencionar por lo menos cinco aspectos distintos de esta obra.
Cuando examinamos la historia de la creación en Génesis 1, advertimos que la obra del Espíritu no es la de crear los materiales del mundo de la nada, sino que su obra viene después de esto. En Génesis 1: 1, 2 leemos; ‘En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo’. Sólo después de esto, después de que hubo creación del universo de la nada, menciona la Biblia la actividad del Espíritu cuando dice, ‘Y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de la faz de las aguas’. Lo que se da a entender es que el Padre, quien incluso dentro de la Trinidad es el ‘manantial y fuente’ del Hijo y del Espíritu Santo, es también el manantial y fuente del universo material, creándolo de la nada; y que después que esto se hubo realizado, el Espíritu Santo se movió sobre la faz delas aguas, estableciendo cierto orden entre lo que ya había sido hecho. No creó el mundo, sino que extrajo potencialidades que ya estaban en el mundo, y aun incluso implanto la semillas y gérmenes de vida, como veremos en un momento.
II. Salmo 33: 6 y Job 26: 13, nos dan otra indicación de la obra perfeccionadora del Espíritu Santo, esta vez en el embellecimiento de los cielos. El salmista nos dice en Sal. 33: 6, que ‘por la de Jehová fueron hechos los cielos y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca’. Como vimos en el capítulo primero, Espíritu significa aliento, y el Espíritu Santo es exhalado por el Padre y el Hijo. Por consiguiente es justificable traducir Aliento por Espíritu en este Salmo. El significado sería que Jehová creó los cielos, y el Espíritu actuó en la producción de las huestes de los cielos, las estrellas, planetas, luna y sol. Job 26: 13, no indica necesariamente que el Espíritu creara las hueste, pero sí que hizo que fueran hermosas, porque Job dice: ‘Su Espíritu adorno los cielos’. Adornar significa hermosear. Con ello Job nos dice que el Espíritu tomó los cielos que ya habían sido creados por Dios y los hizo ser hermosos como los vemos ahora, con las constelaciones, la Vía Láctea, los planetas que reflejan la luz del sol, los colores diferentes de las estrellas, las dimensiones de la luna y la estabilidad de su luz, el brillo del sol. En otras palabras, así como en Génesis 1: 2, se indica que el Espíritu perfeccionó el mundo que había sido creado, así ahora se da a entender que el Espíritu Santo dio los toques finales a los cielos, extrayendo la gloria y belleza que eran posibles en las hueste celestiales.
III. El Salmo 104 nos habla de otro aspecto de la actividad creadora del Espíritu Santo: el dar vida a pájaros, peces, y animales. Este hermoso Salmo de la providencia de Dios atribuye todos los fenómenos de la naturaleza a Dios, afirmando que Dios es el que controla todas las cosas, y que todas las cosas dependen de Él. Los asnos salvajes sacian la sed en los manantiales que Dios hace, el rebaño come la hierba que Dios hace crecer, los pajeros hacen nidos en los cedros del Líbano que Dios planta, el rugiente león busca su alimento de Dios, e incluso el leviatán en el mar espera de Dios su sustento. Todas las bestias y criaturas vivientes, grandes y pequeñas, dependen de Él para existir. Dice el Salmista en el versículo 29, ‘Escondes tu rostro, se turban; les quitas el hálito, dejan de ser, y vuelven al polvo’. Pero es también Dios, y más en concreto el Espíritu Santo, quien da vida; porque el Salmista prosigue en el versículo 30, ‘Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra’. Así pues, el Salmista indica que el Espíritu Santo es que da vida a todas las criaturas vivientes: a las cigüeñas en los árboles, a las cabras silvestres en la montaña, y a los leviatanes en los grandes océanos, a los pájaros, bestias, y peces.
La Biblia, pues, nos induce a considerar la actividad creadora del Espíritu Santo, no en el sentido de hacer algo de la nada, sino en el de impartir viada a lo que ya ha sido creado, en armonía con lo que descubrimos en Génesis 1 y Job 26: 13.
IV. Este mismo Salmo 104, también da indicios de que incluso la vegetación recibe su vida del Espíritu. El versículo que acabamos de citar dice, ‘Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas y renuevas la faz de la tierra’. La última parte de este versículo no menciona explícitamente al Espíritu Santo como al que renueva la tierra. Sin embargo, como está íntimamente unido a la primera parte del versículo (donde se menciona al Espíritu Santo), como da vida a los animales al igual que a los hombres 8como veremos en otro momento, y como en general su obra no es la del que origina sino la del que perfecciona, se puede deducir con cierta confianza que le Espíritu él que también renueva la tierra. El significado, pues, de este versículo es que si bien hay en toda la creación, después de la caída del hombre, la semilla de la muerte, de modo que la vegetación, los animales, y el hombre, morirán a su debido tiempo, sin embargo, por la actividad creadora constante del Espíritu Santo, esta proceso de deterioro y muerte queda controlado, y se comunica la vida. No sólo da vida a los pájaros, peces, y bestias, sino que renueva la tierra al hacer que la hierba, las plantas, y los árboles crezcan, que se produzcan semillas que contienen vida, las cuales crecerán en su estación. Después de la desolación del invierno, brota nueva vida, y la tierra se renueva. Así pues, aun la viada vegetal, tanto en el momento de la creación hoy la produce el Espíritu Santo.
V. en la culminación de la obra creadora del Espíritu fue y es la creación del hombre. Las palabras de Eliú son muy claras cuando dice, ‘El Espíritu de Dios me hizo, y el soplo del omnipotente me dio vida (Job 33: 4) Como soplo, es otro nombre para Espíritu, este versículo menciona dos veces al Espíritu Santo en la Creación del hombre. La función creadora específica del Espíritu parece necesariamente la materia, sino tomado el polvo de la tierra, sopló en él aliento de vida.
Es interesante advertir que el relato de la creación del hombre en Génesis 2: 7, describe este momento con las palabras ‘Dios sopló en su nariz aliento de viada’, empleando las palabras soplar y aliento, de las cuales la última es el nombre del Espíritu Santo, y la primera lo contiene. De Job 33: 4, que afirma claramente que es la tercera Persona de la Trinidad la que da viada al hombre, podemos decir que Génesis 2: 7, nos da también un indicio concreto de que fue el Espíritu Santo, más que el Padre o el Hijo, Quien dio y da vida al hombre.
Es, pues, el Espíritu Santo el responsable por la creación del hombre como hombre. El hombre fue hecho alma viviente, y no sólo animal en movimiento. El Espíritu Santo dio al hombre su ser racional y moral. Es el que hizo al Hombre de forma que tenga mente, voluntad, y emociones. Job 32: 8, confirma esta idea en parte cuando dice, ‘Ciertamente espíritu hay en el hombre, y el soplo (Espíritu) del Omnipotente le hace que entienda, Y también es el Espíritu Santo quien hizo al Hombre bueno, recto, santo y justo.
Estas son las cinco características distintivas de la obra creadora del Espíritu Santo. Si bien debemos velar para no violentar la unidad de las tres Persona de la Trinidad, con todo podemos y debemos atribuir a cada Persona las funciones peculiares que la Biblia les da. Cuando, en una fría noche de invierno, vemos en la oscuridad del firmamento las constelaciones conocidas, el brillante Orión, el poderoso cazador, o la débil Pléyade, o Marte, o la Estrella Polar, o la Vía Láctea, alabemos al Espíritu Santo por haber adornado los cielos. Cuando en primavera vemos la semilla del trigo que brota, las violetas que florecen, y el cornejo que echa flor, recordemos que es el Espíritu el que renueva la faz de la tierra. Cuando pescamos las truchas, vemos el ciervo que cruza raudo la pradera, y seguimos el vuelo de una graciosa golondrina, recordamos el Salmo 104: 29, 30. ‘Escondes tu rostro; les quitas el hálito, dejan de ser, y vuelven al polvo. Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra’. Cuando, como madre o padre orgullosos, oímos con emoción el primer lloro de nuestro hijo, recordamos las palabras de Eliú quien dijo, ‘El Espíritu de Dios me hizo, y el soplo (Espíritu) del Omnipotente me dio vida’. Estos son los resultados de la actividad creadora del Espíritu Santo, y por todo ello debemos darle la gloria.

C. LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO EN LA NUEVA CREACIÓN.

Hay una última actividad creadora del Espíritu Santo que debería mencionarse y esto es: su obra recreadora en la regeneración y santificación. Se tratará de esto en forma más completa en capítulos posteriores, pero también debe mencionarse aquí, a fin de dar un cuadro completo de la obra del Espíritu en la creación. Después de que el Espíritu hubo comunicado al hombre el aliento de vida, dándole justicia, santidad, y conocimiento el hombre cayó de su alto estado original de rectitud. Se echó a perder quedó herido, confundido, e incluso muero espiritualmente. Perdió el conocimiento genuino y la disposición santa que poseía. Dejó de sr lo que el Espíritu lo había hecho.
Pero nuestro buen Dios no dejó al hombre en un estado tan lamentable. Antes bien, por medio del que lo había hecho justo y santo en un primer momento, el Espíritu Santo, creo al hombre nuevo. El Espíritu Santo lo hizo una nueva Criatura (2ª Cor. 5: 17) Hizo a los creyentes ‘Hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras’ (Efe. 2: 10) Los renovó al poner en ellos en hombres nuevos, al que había sido creado, ‘creado en al justicia y santidad´ y conocimiento. (Ef. 4: 24 y Colo. 3: 10)
Adviértase la semejanza existente entre la primera creación del hombre por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo dio a Adán justicia, una justicia que era inmaculada. Así también, en la nueva creación, el Espíritu Santo capacita al hombre para poseer la justicia de Jesucristo que es perfecta. Esta es incluso una justicia mejor que la de Adán, ya que nunca se puede perder, mientras que la de Adán no sólo podía perderse, sino que se perdió.
Así, como en la primera creación el Espíritu Santo hizo al hombre santo en forma individual, también en la segunda creación el Espíritu hace al hombre individual por la regeneración y la santificación.
Adviértase luego que como en la creación del mundo el Espíritu Santo no creó de la nada, sino que dio vida, orden y belleza a la tierra muerta, inerte, en tinieblas, en desolación y vacio, moviéndose ‘Sobre la faz de las aguas’, así también en la nueva criatura en Cristo, no hay destrucción del hombre pecador y luego una creación de un nuevo hombre de la nada. El Espíritu Santo no crea un alma completamente nueva, sino, en la primera creación, toma lo que ya existe, que ha muerto en el pecado y en el delito (Ef. 2: 1) le comunica vida espiritual en Cristo Jesús, dándole disposiciones nuevas en el alma a fin de que pueda volver a ser lo que era en al primera creación, santo, justo y lleno de verdad.
Finalmente, así como en la creación el hombre adquirió vida al recibir el aliento de vida, también en la nueva creación el Espíritu Santo es comunicado a la iglesia de Cristo a fin de que el hombre pueda vivir espiritualmente.

La obra del Espíritu Santo, pues, lo abarca todo, tanto lo físico como lo espiritual. Comenzó en una forma especial en la creación, prosigue hasta hoy, incluyendo hasta la misma creación nueva del hombre. El propósito de este estudio es que todos podamos conocer al Espíritu Santo como creador, sea por primera vez o como sigue creando constantemente justicia y santidad dentro de nosotros. 

EL ESPÍRITU SANTO Y LA GRACIA COMÚN

Una de las actividades menos conocidas del Espíritu Santo, aunque de más alcance, es su obra en la gracia común. Consiste en frenar al reprobó (incrédulo) para que no obre mal, en alentarlo a que obre bien, y en comunicarle cierta capacidad para llevar a cabo tareas culturales.

A. EL PROBLEMA.

Para comprender mejor la obra del Espíritu Santo en la gracia común, hay que observar los antecedentes que hicieron necesaria esta gracia común. Cuando el Espíritu Santo hizo al ahombre, lo hizo perfecto, inspiró en él el aliento de vida, y el hombre, lo hizo se convirtió en alma viviente hecha a imagen del creador. Como se trataba del Espíritu Santo: éste dotó al hombre de santidad, justicia y conocimiento: no había maldad ninguna en él.
Después que Adán cayó, tanto como todo el género humano con él, no continuaron en el estado original de justicia moral. La Biblia nos dice que la naturaleza del hombre se corrompió del todo. Esto significa que está completamente inclinada hacia el mal y no a ningún bien espiritual.
El hombre natural, es decir, el hombre sin la acción sobrenatural del Espíritu Santo en su vida, conoce, en el sentido básico, ni a Dios ni la verdad. Aunque parece entender muchas cosas, no entiende nada verdaderamente, porque no relaciona nada con el Dios de la Biblia. Debería poder conocer a Dios a través de la observación del poder y sabiduría de Dios en la naturaleza, pero romanos 1: 18 nos dice que le hombre natural oculta esta verdad, la obstruye, la oprime en justicia, 1ª Cor. 2: 14, 15, nos dice ‘el hombre natral no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente’.
El hombre natural no sólo no conoce las cosas de Dios, sino que odia a Dios y se ha colocado en una situación moral tal, debido a su desobediencia voluntaria, que ya no puede hacer ni una sola cosa espiritual buena a los ojos de Dios. Esto puede parecer difícil de creer, y puede sonar a leguaje duro. Sin embargo, si creemos que la Biblia es la Palabra infalible de Dios, debemos admitir que así son las cosas.
La Biblia nos dice que los pensamientos del corazón del son siempre malos, ya desde la juventud (Jun. 6:5; 8: 21; Jeremías 17: 19, dice que ‘engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿Quién lo conocerá’? Pablo dice entono inconfundible: ‘No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; Sepulcro abierto es su garganta; con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; su boca está llena de maldición y de amargura. Sus pies se apresuran para derramar sangre; quebranto y desventura hay en sus caminos; y no conocieron camino de paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos’ (Rom. 3: 10-18). En otro pasaje agrega: ‘Por cuanto la mente carnal es enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede; y a los que viven según la carne no pueden agradar a Dios’ (Rom. 8: 7-8). Y en Efesios Pablo dice que el hombre está muerto en pecados y transgresiones, no enfermo, no herido, sino muerto par toda buena obra (Ef. 2: 1).
Por ello la iglesia cristiana ha confesado que, si bien el Espíritu Santo creó a Adán santo y justo, sin embargo, debido a su pecado, la naturaleza del hombre se corrompió, de manera que nada digno procede de él, sino únicamente el mal. Y si queda a merced de sus propios caminos e inclinaciones malvadas, los seguirá hasta sus últimas consecuencias, expresando en acciones externas su maldad interior, como sucedió con los que Dios entregó a pasiones vergonzosas (Rom. 1: 26)
Esta es, pues, la condición natural de hombre. Sin embargo, y este es el problema, el hombre natural no es tan malo como podría serlo. El hombre natural hace muchas cosas que en lo exterior son nobles y agradables. El no regenerado no ha seguido por completo sus inclinaciones malas. Hay quienes, no siendo cristianos, incluso conociendo el evangelio de Cristo y rechazándolo voluntariamente, en ciertos aspectos son mejores que los cristianos que creen en la Biblia y asisten a la iglesia. A veces son de carácter más estable, dominan mejor sus pasiones, tienen mayor generosidad, su honestidad es más espontánea, sus hijos no hacen trampas, como lo hacen los hijos de muchos cristianos, son más respetuosos de los sentimientos ajenos, y su integridad es de la más elevada. En otras palabras son gente ‘esplendida’, incluso si no son cristianos.
El problema con el que se ha enfrentado la iglesia cristiana en el pasado ha sido: ¿Cómo se explica esto? Si el hombre, según la Biblia, está totalmente depravado, si en él no hay ninguna clase de bondad, si no puede de ninguna manera hacer ni siquiera desear hacer algo bueno, si está inclinado a odiar a dios y al prójimo, ¿Cómo, Entonces, es posible que pueda hacer este ‘bien’ aparente, ser un pagano, ‘espléndido’, vivir una vida que parece a veces se incluso mejor que las vidas de los cristianos?
Algunos tienen le tendencia de negar el mal en el hombre. Señalan a no cristianos de índole aparente virtuosa. Dicen que verdaderamente el hombre es interiormente bueno y no tan malo como se le describe que es, como una piedra áspera y sucia si se le mira por fuera, pero que al quebrarse se ve que contiene hermosas piedras preciosas en interior. El hombre es, pues, interiormente bueno, incluso si a veces parece malo en lo exterior.
Esta explicación se debe rechazar con toda firmeza, si creemos en la biblia como palabra de Dios. Porque como hemos visto, los hechos bíblicos indican lo contrario. Perdido para siempre, el hombre a veces es hermoso por fuera, pero interiormente, corrompido hasta la medula. Es como una roja manzana brillante, de apariencia sabrosa, de piel tersa, en la que un niño encuentra deleite, pero que cuando la muerde, los dientes se le hunden en una carne blanda, podrida, llena de gusanos, que de inmediato escupe y hasta naucias y se regresa el alimento en vomito.
Y la solución no se puede encontrar en el hecho de que el Espíritu Santo actúa dentro de él en una forma salvadora, porque esto es precisamente lo que no estamos diciendo. No estamos hablando del cristiano, sino del réprobo, el que nunca nació de nuevo, ni nunca ha de nacer de nuevo, el que pasará la eternidad en el infierno.

B: LA SOLUCIÓN.

La respuesta que la biblia da a este problema es que el Espíritu Santo actúa en la vida de los no cristianos en una forma especial. No actúa en una forma salvadora. No se tarta de la regeneración. No es por medio del proceso de santificación. Pero aparte de los cristianos, el Espíritu Santo si actúa en un cierto modo en aquellos que son réprobos, que no son elegidos. A esto se llama gracia común.
Es gracia porque no merecen ni en lo más mínimo esta acción del Espíritu Santo. Lo que merecen es la sentencia de Romanos 1: 18, y siguientes, que hablan de que Dios los abandona y permite que se endurezcan en su incredulidad y maldad. No merecen sino condenación y castigo. Y lo que reciben es un favor inmerecido. Por esto se llama gracia.
Esta gracia se suele llamar común porque se le suele considerar no sólo para los elegidos, para el pueblo de Dios, para los cristianos, sino también para los no elegidos. Se considera común tanto para los que son salvos como para los que no lo son.
Si hablamos en forma rigurosa, sin embargo, esta terminología no es precisa. Porque esta gracia no es común tanto para el no regenerado como para el regenerado. Son dos tipos completamente diferentes de gracia. La operación salvadora del Espíritu Santo que sirva de freno al pecado, en las vidas de los elegidos es consecuencia de una gracia especial, del amor especial de elección de Dios por sus escogidos. La acción no salvadora y de freno del pecado por parte del Espíritu Santo en la vida de los réprobos es resultado de la gracia común, del amor de Dios por los no elegidos. El freno es común para ambos, pero la gracia, el amor que frena, difiere. Sea como fuere, la ‘gracia común’ también comprende otras cosas además de la acción del Espíritu Santo en la vida de la gente. Incluye el hecho de que Dios ofrece sinceramente la salvación a los que están perdidos, incluso si no han sido elegidos y nunca creerán. Abarca muchos aspectos de la providencia de este mundo, tales como hacer que el sol brille y que llueva para los no creyentes, el sostenimiento de las leyes de la naturaleza de forma que las cosechas puedan crecer., y el otorgamiento de poderes sanadores al cuerpo enfermo. También significa que Dios es paciente en la ejecución de su castigo a los no creyentes, no dándoles de inmediato su merecido.
Pero la gracia común también incluye una operación general del Espíritu Santo en el no elegido, y este aspecto el que debemos tratar en este estudio, y no de la gracia común en general. Esta acción del Espíritu es triple. Hay un aspecto negativo, el frenar el pecado en la vida de los individuos; y uno positivo, el estímulo a obrar bien, incluso si el bien no procede de la fe. Además, hay un tercer aspecto, el dotar al hombre natural de capacidad general para que pueda desarrollar ciertas tareas culturales. Ahora debemos examinar esta operación triple del Espíritu Santo para ver cuales son sus efectos.

I. FRENO DEL PECADO.

 Ante todo, la Biblia indica que Dios envía a su Espíritu Santo entre los elegidos para impedirles a que den rienda suelta a sus malas inclinaciones. Esto no hace que sus acciones sean agradables a los ojos de Dios, sino que simplemente los hace menos malos. Significa que la vida en este mundo es tolerable y vivible porque el Espíritu Santo impide que los hombres lleguen a exceso.
Dios puede controlar el mal en la vida del hombre en muchas maneras. Lo puede hacer con actos providenciales. Puede frenar la inmoralidad sexual haciendo que vaya acompañada a menudo de enfermedades venéreas, de manera que la gente dominará sus deseos lujuriosos por miedo a las consecuencias. O puede reprimir intenciones malas provocando una inundación que acabe con todos o algunos de los habitantes, como en tiempos de Noé. Pero también, este es el punto que nos interesa ahora, Dios frena el mal con la acción directa del Espíritu Santo en alma de las personas, no en forma salvadora, pero si de tal manera que esas persona se ven frenadas en su desobediencia a Dios.
Saúl, por ejemplo, probablemente no era salvo, y con todo, el Espíritu de Jehová estaba en su vida, haciéndolo obrar bien. Pero después de un periodo de desobediencia, ‘el Espíritu de Jehová se apartó de Saúl, y la atormentaba un espíritu malo de parte de Jehová’ (1ª Sam. 16: 14).
Isaías se lamentaba de la maldad de Israel. Escribe que ‘fuero rebeldes, hicieron enojar su Santo Espíritu; por lo cual se les volvió enemigo, y él mismo peleó contra ellos’ (Is. 63: 10). En otras palabras, el Espíritu Santo estaba en la viada de muchos Israelitas en una forma no salvadora, frenando el pecado en su vida, si bien más tarde, debido a su maldad, el Espíritu tuvo que retirarse de ellos e incluso luchar contra ellos.
Esteban habló en una forma semejante cuando recordó a los Judíos sus actos rebeldes desde los tiempos de Abraham hasta la crucifixión de Cristo. Luego los censuró duramente: ‘¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo’ (Hech. 7: 51). Decir que resistieron al Espíritu Santo implica que el Espíritu había actuado en su corazón de alguna manera, si bien no estaban regenerados. Y desde luego la carta a los Hebreos menciona la acción del Espíritu Santo en la vida de los no cristianos hasta el punto que ‘fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fuero hechos partícipes del Espíritu Santo’ (Heb. 6: 4). Sin embargo, después de que cometieron el pecado imperdonable, el Espíritu se apartó de su vida para nunca volver a obrar arrepentimiento en ellos. Perdidos por toda la eternidad, los réprobos habían poseído si embargo al Espíritu Santo en su vida, en una forma no salvadora.
Así pues, el Espíritu actúa en la vida de los no creyentes, frenándolos en el mal. Cuán agradecidos podemos estar con Dios de que, por medio de su gracia común, de su Espíritu Santo a aquellos que están perdidos, aquellos que están eternamente condenados. Porque sin esta gracia los hombres llegarían a excesos; darían rienda suelta a sus deseos pecaminosos. La vida se haría intolerable. Habría más sadismo, más robos, más embriaguez, más inmoralidad. El divorcio aumentaría aun más. La violencia estaría a la orden del día. No habría seguridad al caminar por las calles. Todas las comunidades y naciones estarían saturadas con toda clase de pecado. Porque hay épocas, según la Biblia. En que Dios ya no contrarresta al hombre, sino que lo abandona a sus propios placeres malvados. Cuando mayor es el abandono tanto más intolerable se vuelve la vida.
Dios, hablando por medio de Asaf, mencionó esta separación del Espíritu Santo cuando dijo: ‘Pero mi pueblo no oyó mi voz, e Israel no me quiso  mí. Los dejé, por tanto, a la dureza de su corazón; caminaron en sus propios consejos’ (Sal. 81: 11-12). Esteban afirmó que Dios se apartó de los Israelitas y los entregó para que rindiesen culto al ejército del cielo. Isaías dijo que el Espíritu Santo lucho contra los Israelitas. Pablo pone de relieve los placeres, engañosos, odios, perversiones, luchas, insolencia, e invento de males nuevos que caracterizaban a aquellos a quien, Dios abandonaba (Rom. 1)
En 2ª Tesalonicenses tenemos una descripción de lo que sucederá al fin de los tiempos cuando ‘quien al presente lo detiene’, es decir, el Espíritu Santo, será ‘quitado de en medio’ 2ª Tes. 2: 7. Porque, dice Pablo, el ministerio de la iniquidad está en acción ya. El espíritu del anticristo está presente en el mundo de hoy. Pero está refrenado. Un día, sin embargo, ese freno será quitado. Entonces vendrá el fin, y el anticristo será revelado, el ‘hombre de pecado’, ‘el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios haciéndose pasar por Dios’ 1ª Tes. 2: 4. Entonces habrá persecuciones, y el anticristo se revelará en toda su horribilidad en contra de Cristo y de los cristianos, seguirá los dictámenes de sus deseos erráticos, y llevará a cabo grandes acciones de violencia y maldad en forma desenfrenada. Esto es lo que sucederá cuando se quite el freno del pecado, cuando el Espíritu Santo retire su influencia y entregue al hombre a sus propios deseos. El mundo será entonces un lugar intolerable para vivir. Y todo esto ocurriría ahora mismo si le que detiene quitara el freno.
Así pues, una de las acciones más estupendas del Espíritu Santo hoy se lleva a cabo entre los réprobos, deteniéndolos en sus caminos malos y haciendo la vida vivible. Porque nosotros, los cristianos somos minoría en este mundo. Representamos sólo una proporción muy pequeña de la población. Si no fuera por esta acción restringidora del Espíritu, la viada se volvería intolerable para el cristiano. Y el cristiano hace bien en orar al Espíritu Santo para que Siga actuando cada vez más en la vida de los no regenerados, a fin de que podamos vivir en paz y tranquilidad, y sin temor.

II. ESTÍMULO PARA EL BIEN.

Una segunda acción importante el Espíritu Santo en la esfera de la gracia común es lo contrario de la acción mencionada antes. El hecho mismo de ser frenado en el pecado significa que el hombre debe hacer algo relativamente bueno. No puede haber vacío. Si algo se quita, algo debe ocupar su lugar. O, con otra metáfora, el quitar algo oscuro de un objeto significa que el objeto debe necesariamente, por naturaleza misma de las cosas, volverse un poco más gris. Lo mismo ocurre en el campo espiritual. Al actuar el Espíritu Santo en el hombre no regenerado dos cosas suceden: el hombre es frenado en el pecado, y recibe estímulo para hacer el bien. A pesar de su naturaleza totalmente corrompida, por la gracia del Espíritu Santo, el hombre no regenerado hace cosas que son formal y externamente agradables a Dos.
Debería recordarse con claridad, sin embargo, que el hombre natural no hace absolutamente nada que sea verdaderamente agradable delante de Dios, ya que le falta la fe, y ‘todo lo que no proviene de fe, es pecado’ (Rom. 14: 23). Puede hacer cosas que en lo exterior se conforme con la ley de Dios, pero como no ama a Jesucristo, como no hora a Dios, y como no hace estas cosas por motivaciones puras de amor y fe hacia Dios, todas las acciones del hombre no regenerado son pecado.
Para decir en términos absolutamente claros lo que la Biblia enseña, si un unitario, quien niega la divinidad de Jesucristo y confía en sí mismo en vez de hacerlo en Jesús para su salvación, diera un millón de dólares para la obra misionera de una iglesia que predica a Jesucristo crucificado y resucitado. Esta donación no sería, por parte del dador, un acto de bien espiritual. Porque no nacería de la fe en Cristo y no sería hecho para su gloria, sino por otra razón. Aunque desde luego, una acción tal sería mucho mejor que si esa cantidad se gastara en prostitución o juego, sin embargo, si el motivo adecuado está ausente, ningún acto es fundamentalmente agradable a Dios. Esto es lo que queremos decir, cuando afirmamos que es relativamente bueno, pero no verdaderamente bueno.
Que el Espíritu de Dios sí estimula al réprobo al bien relativo se ve ciertos ejemplos Bíblicos. El Antiguo testamento menciona a tres reyes, por ejemplo, Jehú, Joás, y Amazías, que no tenían un verdadero temor a Dios, que eran réprobos. Sin embargo de Jehú dice Dios en la Biblia: ‘por cuanto has hecho bien ejecutando lo recto delante de mis ojos, sus hijos se sentarán sobre el trono de Israel hasta la cuarta generación´ (2ª Ry. 10. 30). De Joás dice la Biblia que ‘hizo lo recto ante los ojos de Jehová’ (2ª Ry. 12: 2). Y el autor repite las mismas palabras en el caso del rey Amazías. Así pues, estos reyes hicieron cosas agradables delante de Dios, si bien ellos mismos se perdieron.
En el Nuevo Testamento el hecho de que los réprobos hacen el bien lo dice Cristo expresamente cuando mandó a los discípulos a amar no sólo a sus amigos, sino también a sus enemigos, porque razonó: ‘si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿Qué mérito tenéis? Porque también los pecadores hacen lo mismo´ (Luc. 6: 33). En otras palabras, Cristo dice que los no elegidos hacen el bien. También aquí esto no debe tomarse en el sentido de que hacen lo que es verdaderamente bueno, sino que hacen un bien relativo.
Y Pablo escribe a los romanos 2: 14, que ‘los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley´. No conocen a Jesucristo, no tienen la relación que nosotros poseemos, y sin embargo ellos que son réprobos hacen cosas que en lo exterior están de acuerdo con la ley de Dios, cosas que son agradables para Dios en un sentido relativo.
Aún hoy día el Espíritu Santo mueve a las personas a hacer cosas que en lo exterior están en conformalidad con la ley de Dios. A causa del Espíritu Santo, los no creyentes ricos dan dinero a escuelas y hospitales en lugar de gastarlo en lujos; el unitario que niega a Cristo ayudará al niño de dos anos que ha caído de la bicicleta a arreglarla, lo consolará y tratará de distraerlo de sus penas; el blasfemo dará dinero al mendigo; el no cristiano dará un millón de pesos para ayudar victimas de cualquier catástrofe; el soldado incrédulo se mostrará compasivo con el enemigo; el político que ridiculiza la Biblia luchará por la paz; el pagano jactancioso sacrificará voluntariamente su vida para rescatar a un muchacho que se ahoga.
Estas otras acciones que llevan a cabo los no regenerados se deben a la acción no salvadora del Espíritu Santo en sus vidas. Y debemos dar gracias a Dios por esta gracia maravillosa que hace la vida tan agradable y visible. También podemos mirarnos con vergüenza quienes profesamos ser cristianos y sin embargo estamos llenos de tanta murmuración, de tantos celos, críticas, lujurias, y odios; en tanto que otros que no conocen a Cristo como salvador personal viven, en lo Exterior por lo menos vidas que son diez veces mejor que las nuestras. Que Dios nos libre de nuestra inconsecuencia. Pero al mismo tiempo, alabemos a Dios por esta segunda obra del Espíritu Santo en los réprobos, gracia a la cual la vida no solamente es llevadera, sino también tan agradable.

III. DOTES PARA TAREAS CULTURALES.

Una tercera esfera de la influencia del Espíritu Santo en la gracia común se halla en el dotar al no cristiano de capacidad intelectual, habilidad mecánica, talento artístico, y aptitud par la ciencia, las lenguas, la música, y la cultura en general. El regenerado no tiene monopolio en estos asuntos. Es más que evidente que precisamente aquellos que no son cristianos, a menudo, tienen más habilidades y están mejor dotados que los cristianos.
Estos dotes que le Espíritu Santo da proceden, como, vimos en el estudio anterior, de que el Espíritu Santo es el que comunica al hombre el aliento de vida y quien, por tanto, es el origen del alma, de la mente, y de las facultades intelectivas y emocionales. Este aliento de vida, esta alma, esta capacidad que le Espíritu Santo da al hombre es también la fuente de logros culturales. En Isaías 45: 1, leemos que le rey pagano Ciro fue ungido por Jehová para llevar a cabo su obra. El Espíritu fue enviado a Ciro para darle sabiduría, valor, y pericia militar a fin de que pudiera llevar a cabo la tarea que Dios la había asignado. No cabe duda de que esta misma actividad no regeneradora del Espíritu Santo dotó al hombre natural de grandes facultades, Aristóteles pudo adquirir un conocimiento tan vasto, César pudo conquistar y gobernar tantos países, los antiguos griegos pudieron idear una arquitectura tan duradera, Shakespeare pudo escribir tantas obras perennes como Macbeth y Hamlet, Beethoven pudo componer su Quinta Sinfonía, Einstein pudo formular la teoría de la relatividad. Estos son dones del Espíritu Santo. Demos gracias a Dios por Ellos, y utilicémoslos para su gloria.
Así pues, hay una acción triple del Espíritu Santo, distinta de la del Padre y del Hijo, en el campo de la gracia común. Frena al no regenerado en el pecado, lo incita al bien, y lo dota para grandes logros culturales. Estas son las cosas que hacen que este mundo sea vivible y hermoso. Los efectos son estupendos, y Hodge tenía razón cuando dijo que ‘la calamidad mayor que pueda caer sobre el individuo, la iglesia, o la gente, es que Dios les retire a su Espíritu Santo’.

CONCLUSIÓN.

Al concluir conviene añadir una palabra de advertencia. Si bien reconocemos que el Espíritu Santo actúa en la vida del réprobo, no debemos pensar, ni por un momento, que esto salva ala persona. Estas operaciones del Espíritu Santo no son Salvadoras. No salvan a nadie. La salvación viene sólo por la confianza en Jesucristo como salvador propio. Esta confianza también la crea el Espíritu Santo. Y sólo cuando el Espíritu Santo actúa en esta forma, haciendo que la persona entregue su vida a Cristo, esa persona es salva.

Algunos podrían pensar que, ya que el Espíritu Santo actúa dentro de ellos para capacitarlos para ser más hábiles o para dirigir un negocio, y ya que los ha detenido en el camino del pecado e incluso los ha incitado a hacer algunas cosas que en lo exterior son más bien buenas, serán salvos. Pero esto no es Bíblico. La Biblia no dice en ninguna parte que una persona que hace el bien será salva. Debemos reconocer que el Espíritu Santo actúa en el no creyente y en el no regenerado para que hagan el bien, y debemos dar gracias a Dios por esta influencia de tanto alcance y tan maravillosa de su Espíritu. Pero el hecho es que esta influencia y acción del Espíritu Santo no llevará a nadie al cielo. El pecador necesita no sólo la gracia común; necesita la gracia especial para poder ser salvo. Necesita fe en Jesucristo, el hijo de Dios. El que invoque el nombre del Señor será salvo. El que crea en el Hijo unigénito tendrá vida eterna. Así pues, demos gracias a Dios por la acción del Espíritu Santo en la gracia común, pero no permitimos que nadie se engañe en pensar que es salvo por ella. Antes bien, hagámoslo ver que la salvación sólo es de los que confiesan sus pecados, abandonan su forma de vivir separada de Dios, y piden a Jesús que los redima. 

EL ESPÍRITU SANTO Y LA REVELACIÓN.

Este estudio del Espíritu Santo tratamos de temas muy importantes. Hemos visto algunos de los misterios eternos de la divinidad, tales como la relación de providencia del Espíritu Santo respecto al Padre y al Hijo, el papel perfeccionador que el Espíritu Santo desempeño en la creación de este mundo, y los efectos transcendentales del Espíritu Santo por medio de la gracia común. En los estudios que siguen trataremos de otros temas importantes, tales como el papel del Espíritu Santo en la encarnación, en la regeneración, en la santificación, y en la iglesia.
En este estudio nos ocuparemos de aun otro gran ministerio del Espíritu Santo, su obra en la revelación. Por revelación entendemos el acto de Dios por medio del cual da a conocer al hombre ciertas cosas que estaban ocultas y se desconocían. Esto ocurre de dos formas: por medio de la naturaleza y por medio de la Biblia.

A. EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO.

La revelación divina es de suma importancia porque es la fuente de todo nuestro conocimiento. A lo largo de los siglos los hombres, cristianos y no cristianos por igual, se han interesado por el conocimiento. Desean saber la verdad acerca de si mismos, acerca de la naturaleza y acerca de dios. Tienen un ansia básica dentro de su naturaleza por conocer, y por conocer con certeza. Solamente por medio de la revelación alcanza el hombre verdadero entendimiento de las cosas. Por la revelación, Dios se manifiesta al hombre y también revela la verdadera naturaleza de los seres que pueblan el mundo, tanto la de los hombres como la de los objetos naturales.
El no cristiano niega, explicita o implícitamente, la revelación de Dios, y por ello busca la verdad sin éxito. Niega al Dios cristiano y con el lo niega, la única forma posible de conocer verdaderamente las cosas, mediante la revelación. Carece de certeza absoluta en su forma de conocimiento. Conjetura y dice ‘quizá’ y ‘creo’, pero nunca conoce con carácter definitivo. Pero cuando uno acude al Dios de la Biblia y a su revelación, adquiere el fundamento para el conocimiento verdadero. Porque Dios, por su revelación, dice muchas cosas al hombre. Dios dice algo acerca de lo que a Él le agrada y lo que le desagrada, acerca sus planes que previamente fueron decretados, acerca la norma de vida según la cual debe andar el hombre, acerca del camino de la salvación, acerca de la realidad y naturaleza de este mundo, acerca de ciertas leyes, y de lo que sucederá después de la muerte, sólo para nombrar algunas. El hombre puede conocer con certeza absoluta cosas que de otro modo no hubieran podido comprenderse nunca, cosas relacionadas con este mundo creado y con Dios. El hombre que conoce a través de la revelación de Dios posee un fundamento firme que es eternamente inalterable. Su saber no cambiará con el tiempo. Esto le da una satisfacción total. Posee algo que los filósofos, y todo hombre es filósofo en su corazón, han buscado desde los tiempos de Adán.
Esta revelación divina es doble. Es una revelación natural y sobre natural; o, todavía mejor, una revelación general y una especial. Esa primera revelación, la revelación general, se encuentra donde quiera que uno esté. Está en las flores del jardín, en la pantalla de la televisión, en la sala de estar, y en las gotas de la lluvia prendidas del cristal de la ventana, en las hojas de los árboles, en una brizna de hierba, en todo lo general creado etc. Todas las cosas las hizo Dios, y revelan en sí mismas algo de Dios, muestran algo de su gloria, poder, sabiduría, y divinidad. No es necesario ver a dios con los ojos físicos para conocerlo.
Es posible conocer algunas de las características de Dios observando la naturaleza. ‘Los cielos’, dice David, ‘cuentan la gloria de Dios’ (Sal. 19:1). Es casi como si el sol, la luna, y las estrellas pudieran hablar, ya que son claras las cosas de Dios que revelan, tales como su infinidad y omnipotencia. Cuando el hombre examina los rayos de la luna, o el resplandor del sol, o ve los millones de estrellas con sus distancias vastas e incompresibles, que se observaron por primera vez en la historia, gracias al telescopio gigantesco del palomar, entonces, sino está ciego, y si el Espíritu Santo abre sus ojos, ve la gloria de Dios, tanto el día como la noche revelan cosas acerca de Dios, y con tanta claridad, como si tuvieran labios y lenguas para hablar. Porque David dice también: ‘Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra sabiduría´ (Sal. 19: 2). Observando simplemente estas cosas, aprendemos acerca de Dios, como si la naturaleza nos hubiera hablado de Él. Pablo afirma lo mismo en Romanos 1: 20, donde dice que ciertas cosas invisibles de Dios, tales como su poder y divinidad, se pueden ver claramente al observar el mundo creado. Veamos un ejemplo, como a los seis anos de edad el niño perderá algún diente. Muy pronto comenzará a aparecer uno más grande, en concordancia con la mandíbula que se está desarrollando, y llenará el espacio que dejó el diente perdido. Cuando uno se da cuenta que fue Dios quién hizo que el diente del niño cayera en el momento oportuno, ni demasiado pronto, ni demasiado tarde, para luego brotar otro exactamente en el lugar adecuado, entonces se da cuenta que Dios es un Dios sabio. Dios le reveló esto por medio de un diente. Este es un ejemplo de revelación, y por él el hombre conoce algo acerca de Dios.
En esta revelación general el Espíritu Santo desempeña su papel, como ya hemos visto en el estudio a cerca del ‘El Espíritu y la creación´. Hay una segunda revelación también, llamada revelación especial, que es la Biblia, en que el Espíritu Santo desempeña un papel destacado. Es interesante advertir que incluso la primera revelación, la revelación general, no se puede captar bien sin conocer la revelación especial y sin el poder iluminador del Espíritu en al mente del hombre. Esto se debe a que el hombre es espiritualmente ciego debido a su propio pecado. Por ello el hombre no puede conocer ni una sola cosa tanto de la revelación general como de la especial sin el Espíritu Santo. El Espíritu realiza tres obras, y todas ellas son esenciales para un verdadero conocimiento del universo y del Creador. Muestra la verdad por medio de la revelación general, en la cual participa activamente. También proporciona la Biblia (revelación especial), que es necesaria para ver adecuadamente las verdades reveladas en al naturaleza, y la que también es necesaria para conocer cosas grandes no reveladas en la naturaleza, tales como el camino de salvación, la naturaleza de la iglesia, y la segunda venida de Cristo. Finalmente, actúa en la interioridad del hombre a fin de que pueda ver las verdades manifestadas en esas dos revelaciones.
Así pues, si el hombre verdaderamente desea la plena satisfacción del alma, si quiere obtener respuesta a las preguntas profundas que se suscitan en un momento u otro de su vida, sea cual fuere su grado de educación, puede conseguirlo. Pero tiene que conocer la obra del Espíritu Santo, no sólo en la revelación general, sino también en la revelación especial, y tiene que experimentar la actividad del Espíritu Santo para iluminar su mente, con lo que se desterrará su ceguera espiritual. El Espíritu Santo es la llave para todo verdadero conocimiento. Sin él no se puede conocer nada en su esencia, pero con Él el hombre puede adquirir un conocimiento del universo y de Dios, que es eternamente verídico.
Pasemos, pues, a estas dos obras del Espíritu Santo: la Biblia y su iluminación de la mente del cristiano. Como el tema es muy amplio, en este estudio siguiente trataremos sólo de la primera obra. En el estudio siguiente nos ocuparemos de la segunda, iluminación por medio del Espíritu Santo.

B. REVELACIÓN ESPECIAL

Hay una clase de revelación especial aparte de la biblia que Dios dio al hombre. Desde el paraíso hasta Patmos, desde Adán hasta Juan, Dios se reveló así mismo al hombre de una manera especial. Lo hizo en distintas formas.
Se presentó en lo que se llaman teofanías, apareciéndose en una forma visible, por ejemplo a Abraham, a Agar, y a Jacob. Se reveló en el fuego y en las nubes que protegiera y guiara a Israel en el desierto. También habló directamente a personas del Antiguo Testamento: a Adán, Noé, Abraham, Jacob, José, Moisés, Samuel, y otros. Habló con voz del cielo audible. Se apareció en sueños y en visiones. Habló por medio de los Urim y Tummim. Se comunicó directamente con los Profetas. Así pues, desde el paraíso hasta Patmos, Dios se presentó en formas especiales y directas, y se reveló a los hombres aparte de la Biblia.
Algunas de estas revelaciones son de suma importancia para nosotros. Por ejemplo, el mandamiento cultural a Adán, ‘Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread sobre ella’ (Gn. 1: 28) tiene implicaciones de largo alcance para nosotros. O pensemos en la gran voz de la primera profecía acerca de la salvación venidera, cuando Dios hablo a la serpiente en presencia de Adán y Eva, diciendo: ‘Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza y tú le herirás en el calcañar’ (Gn. 3: 15). O supongamos el significado del pacto monumental hecho con Abraham, cuando Dios dijo que sería Dios para él y para su descendencia después de él. Estas y otras revelaciones son asuntos de suma importancia para el cristiano. Suministran conocimiento glorioso y veras en cuanto a los planes de Dios para la eternidad y en cuanto a sus mandamientos para nosotros en campos tan importantes como la salvación y la cultura. Esto es lo que los hombres de todos los tiempos han buscado: certeza en relación al futuro, y certeza en cuanto a sus deberes actuales.
En lo que a nosotros respecta, sin embargo, hay una limitación básica en todas estas revelaciones especiales. Dios habló. Nadie podría dudarlo. Pero una vez entrado el pecado, ¿Podría el hombre recordar exactamente lo que Dios dijo en esas ocasiones?
Concedido, por ejemplo, que Dios se apareció y hablo por medio de revelación directa a ciertos personajes de los tiempos bíblicos, ¿Cuál sería la garantía de que esa revelación no se distorsionó, debido al pecado del hombre, al transmitir de boca en boca desde Adán hasta Set y a lo largo de centenares de generaciones hasta llegar a nosotros, miles de años después?
No vayamos tan lejos. Supongamos, por ejemplo, que estamos en lugar de Adán y Eva. Adán llegó hasta los novecientos treinta años de edad. Conjeturemos también que ochocientos años después de la caída habló con uno u otro acerca de lo que había sucedido y de lo que Dios le había dicho en el jardín. ¿Qué cree que podría suceder después de ochocientos años? No cabe duda de que habría conflicto y malos entendidos sobre lo que Dios había dicho exactamente.
Imaginemos también que estábamos con los Israelitas cuando Moisés les dio los Diez mandamientos, y que después de cuarenta años de errar por el desierto tratáremos de recordar con precisión lo que Moisés había dicho. Se podría plantear la pregunta: ¿Qué afirmó exactamente Moisés? ¿Dijo: recordad el día sábado? O ¿Recordad el día sábado para santificarlo?
Podríamos suponer por otro lado que hubiéramos estado en le lugar de Pedro en el monte de transfiguración con Santiago, Juan, Moisés y Elías; que hubiéramos visto a Cristo glorificado y que hubiéramos oído la voz del Padre desde el cielo. ¿Podríamos recordar, diez años más tarde, todos los detalles con precisión, y garantizar que el relato de los mismos pasaría con exactitud de generación en generación, por medio de la tradición oral?
Pedro no pudo. Estuvo con Cristo. Y sin embargo dice en segunda carta que hay ‘la palabra profética más segura’ (2ª Ped. 1: 19) Pedro estuvo en el monte. Vio a Cristo. Oyó la voz de Dios salir del cielo, y sin embargo dice que en la Biblia (Profecía) hay algo que es más cierto, más seguro, que oír la voz de Dios con los oídos propios y ver Jesús con los ojos propios. Se da a entender, desde luego, que algo visto con los ojos o algo oído con los oídos puede distorsionarse al cabo del tiempo. Pero hay una profecía que es más segura que la visión o audición propias, a saber la Biblia, la cual pasa a describir en los dos versículos siguientes. Debido a la inspiración del Espíritu Santo, está garantizada la exactitud de lo que se dice en ella respecto a sucesos a pesar de las fallas de la memoria y a pesar de los errores que naturalmente se desarrollan en cualquier relato de segunda o milésima mano.
Pedro se dio cuenta, pues, claramente que, por maravilloso que pudiera ser para una persona oír la voz de Dios, la certeza de ésta dura sólo para esa persona y por un tiempo limitado. Nosotros hoy día, cuando Dios ya no habla como lo hacía en otros tiempos, necesitamos el relato en blanco y negro, al que podamos recurrir una y a través para asegurarnos exactamente de lo que se dijo. Esto es lo que la Biblia nos proporciona. Nos de certeza absoluta. Se trata de la misma palabra de Dios, como si Cristo se fuera a aparecer hoy en la habitación para hablarle en forma visible, en una teofanía.
Sólo que la Biblia es mejor. Porque si Cristo le hablará una vez que él hubiera terminado de hablar su voz desaparecería. No podría Ud. Volver a ella para comprobar la precisión de su memoria. Quizás diría más tarde: ¿Fue acaso un sueño? ¿Habló Dios de verdad? ¿Y qué dijo exactamente, no en forma aproximadamente? Nunca podría comprobarlo. Nunca podría repetir ese momento bendito. Pero en la Biblia, la voz de Dios permanece grabada por siempre para que pueda volver a ella cuantas veces quiera, para comprobar con toda precisión lo que Él dijo. Así pues, si desea oír la voz de Dios, sus mismas palabras, y el mensaje auténtico que es suyo exclusivamente, si desea este milagro, entonces acude a la Biblia para escuchar la palabra de Dios. Porque la palabra de Dios es un milagro vivo; es Dios que habla constantemente al hombre, como si le estuviera conversando en forma visible en su propia habitación.

C. EL ESPÍRITU EN LA REVELACIÓN ESPECIAL

EL Espíritu Santo es el responsable de este milagro sorprendente. El es quien nos da la voz de Dios de forma que, en las lenguas originales, no tiene ni un solo error, grabado exactamente tal como Dios quiso. El Espíritu Santo también da al hombre la posibilidad de conocer asuntos eternos y temporales con certeza absoluto.
La misma Escritura da testimonio de que es el Espíritu Santo quien inspiró la Biblia. Pedro lo afirma con toda claridad cuando dice: ‘Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, siendo inspirados por el Espíritu Santo’ (2ª Ped. 1: 21). ‘Pablo dice que las cosas que dice las habla no con palabras enseñadas con sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu’ (1ª Cor. 2: 13).
En muchos lugares del Nuevo Testamento se menciona al Espíritu Santo como autor de una porción del Antiguo Testamento. En Mateo 22: 43, Jesús, al citar un Salmo, dijo que David, en el Espíritu, llamó al Mesías, (Cristo). Al escoger a un discípulo para que reemplazara a Judas, Pedro dijo: ‘varones hermanos, era necesario que se cumpliese la Escritura en que el Espíritu Santo habló antes por boca de David a cerca de Judas, (Hech. 1: 16). Y el autor de Hebreos, al citar el Salmo 95, lo menciona sin referirse siquiera al Salmista, sino diciendo: ‘Como dice el Espíritu Santo’ (Heb. 3: 7), con lo que atribuye el Salmo al Espíritu Santo. Constantemente se alude al Espíritu Santo, y no al Padre ni al Hijo, como autor de la Biblia, si bien como vimos previamente, nunca se puede separar la obra de los tres, ya que la Trinidad es una unidad.
Ahora se suscita la pregunta: ¿Cómo inspiró el Espíritu Santo la Biblia? ¿Cómo logró que fuera la misma palabra de Dios, de forma que esté revestida de autoridad absoluta? La Biblia nos da indicios respecto a este proceso.
Ante todo, no se llevó a cabo por medio del proceso de la gracia común. No se llevó a cabo por la acción general del Espíritu Santo en las vidas de los no regenerados, lo que les proporcionan nuevas habilidades en la mente de tal manera que sus facultades naturales quedaran agudizadas hasta un grado elevadísimo, por lo que pudieron escribir obras que estuvieron al nivel de las llamadas obras ‘inspiradas´ de Dante, Milton, Shakespeare, Cervantes o Unamuno.la Biblia fue escrita por hombres regenerados, y el resultado final tiene categoría completamente diferente de todos los demás escritos. Tiene autoridad absoluta porque está divinamente inspirada, y por lo tanto es infalible.
Tampoco el Espíritu Santo dio lugar a la Biblia intensificando lo poderes regenerativos del hombre. Porque el hombre nunca llega a ser perfecto en esta vida, sino que es pecador hasta la muerte como se ve tan obviamente en David, Pedro, y Pablo. Ha habido muchos hombres santos, tales como Calvino y Lutero, que nunca fueron inspirados en este sentido. Los hombres son santos porque están unidos místicamente a Cristo Jesús, pero algunos santos son autores de la Escritura porque han sido especialmente llamados por Dios para esta misión particular.
Las pruebas tampoco señalan ningún método mecánico de dictado por parte del Espíritu Santo. El Espíritu no se apareció en una visión a unos cuantos individuos escogidos, ni les susurró al oído, de forma que estos escritores bíblicos no fueran sino secretarios que no usaran sus propias mentes, sus propios genios o propias personalidades al formular sus propios pensamientos y palabras, sino que movieran mecánicamente la pluma mientras que el Espíritu Santo les decía exactamente que tenían que escribir. Este punto de vista prescinde de lo que es obvio en la Escritura, las diferencias en los varios escritos que hacen que incluso el no experto diga: ‘Esto suena a Pablo’, o ¿No parece que esto sea David? Si es cierto que estas características personales diferentes se notan en los distintos libros de la Biblia, entonces el que sostiene la teoría del dictado debe suponer que el Espíritu Santo dictó a sus secretarios en una forma tal que creara la ilusión de que las palabras las formulaban autores humanos, cuando en realidad procedían del Espíritu Santo.
Ninguna de estas teorías es satisfactoria. Antes bien, el Espíritu Santo hizo que la Biblia fuera escrita en lo que se ha llamado manera orgánica. Fue elaborada en forma más natural, la forma en la que Dios suele actuar.
Hay un aspecto pasivo an la composición de la Biblia, y un aspecto activo. En cierto sentido los escritores fueron completamente pasivos. No cooperaron con Dios en el sentido de que ellos hicieron la mitad en tanto que Dios hacía la otra mitad, ni tampoco de manera que Dios los fuera guiando mientras ellos hacían la mayor parte del trabajo. Antes bien, fueron completamente pasivos en el sentido que Pedro indica cuando, al hablar acerca de la palabra profética más segura, dice: ‘Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo ‘inspirados’ por el Espíritu Santo’ (2ª Ped. 1: 21). El hombre no interpuso su voluntad, fue el Espíritu Santo quien la quiso. El hombre no tuvo absolutamente nada que aportar en la decisión de producir la Biblia. Dios lo decidió. En otras palabras, los autores humanos fueron los instrumentos por medio de los cuales Dios escribió. El Espíritu Santo impulsó en forma irresistible a los autores humanos para que escribieran precisamente lo que él deseaba que escribieran palabras de su propia elección. Además, la traducción más exacta de la palabra ‘inspirados’ sería: ‘llevados’. Indica la pasividad de los autores bíblicos. No fueron parcialmente activos, al mismo tiempo que eran guiados por el Espíritu Santo. Sino más bien, fueron ‘llevados’, lo que indica que no contribuyeron en nada al proceso de ser movidos, sino que fueron los objetos movidos o inspirados. La silla que es acarreada no ayuda en el traslado, tampoco quiere ser trasladada, ni contribuye en lo más mínimo al movimiento, sino que está inerte las manos del que la lleva. Así también los profetas, dice Pedro, fueron ‘llevados’ o inspirados por el Espíritu Santo para escribir lo que escribieron. Fueron pasivos.
Lo mismo indica la afirmación de Pablo en 2ª Timoteo 3: 16, cuando dice que ‘Toda la escritura es inspirada por Dios’. Este versículo quizá se traduciría mejor en esta forma: ‘Toda la Escritura es ‘espirada’ por Dios’. Es el aliento de Dios, es un producto completamente divino. Siendo esto así, la Biblia no es algo que los hombres resolvieron producir por su propia decisión, sino que la recibieron del Espíritu Santo. Es un producto divino, y los hombres fueron pasivos al producirla.
Si bien hay un aspecto pasivo en la composición de la Biblia, también hay un aspecto activo. Ahora debemos de insistir en éste si queremos describir adecuadamente el proceso de composición, y si queremos comprender en forma total de qué manera el Espíritu Santo inspiró la Escritura.
La composición de la Biblia se puede comparar en un sentido a la salvación del creyente. En un sentido se puede decir que la salvación es totalmente de Dios. Es algo que el hombre recibe. El hombre está pasivo, y Dios está activo al producirla en el hombre. Sin embargo, en otro sentido, el hombre está muy activo. Si bien toda su salvación incluye la fe, es un don que viene totalmente de Dios; y si bien ‘Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad’ (Fil. 2: 13), de forma que le hombre está completa y receptivamente pasivo; sin embargo la frase inmediatamente anterior presenta el aspecto activo de la salvación, el mandato de ‘ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor’ Dios no regenera a los hombres tratándolos como simples máquinas que no tienen, ni mente ni, voluntad. Cuando los regenera no suprime sus experiencias previas ni sus características personales de forma que pierdan todas estas cualidades especificas que hacen que el Señor ‘A’ sea tan diferente del Señor ‘B’. Los cristianos no son personajes uniformes y estereotipados, sin características propias. No son como soldaditos de plomo que hace una máquina, sin diferencias entre sí, todos pintados del mismo color, de la misma altura, con fácil al hombro, con el mismo gesto de caminar. No, Dios conserva todos los talentos distintivos del hombre, la individualidad, las características propias, y éstas forman parte de la vida del cristiano. El hombre recibe la salvación; está pasivo. Pero también está muy activo, creyendo en Cristo y viviendo la vida cristiana en una forma propia, según sus características distintivas.
En forma semejante fue la composición de la Biblia. Los autores estuvieron completamente pasivos. La Biblia es un producto divino. No procedió de la voluntad del hombre, sino que hombres de Dios hablaron inspirados ‘llevados’ por el Espíritu Santo. Sin embargo, Dios no destruyó la individualidad y talentos de los autores, haciendo que la Biblia resultará estereotipada, con un estilo único desde Génesis hasta Apocalipsis, el estilo del Espíritu Santo, con todas las diferencias humanas de los escritores suprimidas o escondidas. Antes bien. Dios permitió que las experiencias de los autores dirigieran el acto de escribir, que sus emociones diferentes afectaran su pensamiento, sus gustos individuales se expresaran en al Biblia. Dios permitió que el amor de David por la naturaleza brillará en sus Salmos, que le conocimiento que Pablo tenia de la literatura pagana se manifestara en sus cartas, que los conocimientos médico de Lucas caracterizaran su escritos, que la brusquedad de Marcos apareciera en su libro. En tanto que Pablo escribió en una lógica, Juan lo hizo en una forma más mística.
Los autores estuvieron ciento por ciento pasivos y también estuvieron ciento por ciento activos. No se les obligó a escribir mensajes contrarios a su voluntad, como tampoco el no creyente se ve obligado a creer en contra de su voluntad. Dios crea las circunstancias en una forma tal que cuando regenera el corazón del no creyente, hace naturalmente que él mismo desee apartarse de sus pecados y aceptar a Cristo como su Salvador. En una forma semejante, Dios tiene un mensaje, mensaje exacto, con palabras precisas, que quiere que escriba sin un solo error, en el punto de una ‘i’ o en el palito de una ‘t’ (Cristo dice: ‘ni una jota ni una tilde’). Para ello prepara a seres humanos para que lo hagan en una forma voluntaria y activa.
Siglos antes de que Moisés naciera, Dios moldeó a sus tatarabuelos para que hicieran llegar hasta Moisés las características adecuadas para que escribiera con una cierta perspectiva, con naturalidad, y no de una manera forzada. Fueron escogidos la madre y el padre adecuados para que le dieran cierta preparación que lo capacitaría para escribir con las emociones precisas que el Espíritu Santo deseaba. Le sobrevino persecución, de modo que, oculto y hallado en una costa, fuera adecuado en la cultura egipcia, porque el Espíritu Santo quería que aprendiera a leer y a escribir y que poseyera preparación legal, de modo que pudiera escribir el pentateuco. Luego Dios dirigió las circunstancias que rodearon la muerte de un egipcio, lo que obligo a Moisés a adentrarse en el desierto para estar solo durante años a fin de aprender humildad y devoción, de modo que pudiera escribir el Pentateuco también con ese espíritu.
Luego, cuando Dios hubo preparado todas las circunstancias en la forma adecuada, cuando Moisés y poseía las influencias hereditarias y las características apropiadas, cuando su vida ya había sido moldeada por las experiencias que el Espíritu deseaba, bajo la influencia del Espíritu, Moisés empezó a escribir exactamente lo que el Espíritu deseaba. Y no se llevó a cabo en una manera forzada de dictado mecánico, ni el Espíritu Santo le susurró al oído lo que tenía que escribir. Antes bien, influido por los muchos factores que intervinieron en su vida hasta lo más mínimos detalles, los que Dios había preparado con un propósito, Moisés escribió con naturalidad y se expresó a sí mismo como lo hubiera hecho en la vida normal. Así pues, utilizando su propia mente, sus propios recursos y características individuales, escribió las mismas palabras que el Espíritu Santo deseaba. Desde luego que, al escribir, Moisés también recibió del Espíritu Santo revelaciones directas acerca de cosas que no conocía, tales como la creación de universo o las profecías; y el Espíritu supervisó su acción de escribir de forma que no se filtran los errores que normal entran en los escritos de cualquier persona.
El producto final fue verdaderamente obra de Moisés Él lo realizó. Moisés no fue sólo un secretario o una pluma de los que el Espíritu Santo se sirvió para escribir, sino que Moisés contribuyó con su propio pensamiento y experiencias. Fueron ciento por ciento activos. Al mismo tiempo, sin embargo, como Dios había controlado todos lo factores que influyeron par Moisés escribiera, precisamente como lo hizo, lo que Moisés escribió fue también un producto divino; fue el aliento de Dios, ‘espirado’ por Dios. Fue un libro del Espíritu Santo en todas sus partes. En este sentido Moisés estuvo también ciento por ciento pasivo. El Pentateuco fue la palabra de Moisés ya la mismo tiempo la Palabra de Dios.

CONCLUSIÓN

El resultado de esta actividad y control del Espíritu Santo es un libro que, respecto a los otros libros, es lo que Jesús hombre es, respecto a los otros hombres. Así como la gente notó que Jesús hablaba no como otros hombres, no como los escribas, sino como quien tiene autoridad; así también nosotros notamos que la Biblia habla, no como otros libros, sino con autoridad de Dios. Así como Jesús fue alguien que poseyó no sólo la naturaleza humana sino también la divina, así la Biblia tiene no sólo naturaleza humana, en cuanto fue escrita por hombres, sino también naturaleza divina, en cuanto fue inspirada por Dios. Del mismo modo que Jesús es la Palabra de Dios, así también lo es la Biblia. Y del mismo modo que Jesús es Señor de Señores, Así también la Biblia es el libro de Libros.

La Biblia, pues, es la Palabra misma de Dios, y no simplemente un documento que contiene esa palabra. Es Dios que habla a los hombres todos los días. Es un milagro vivo del aliento de Dios. Y por esta razón, como lo mencionamos el comienzo de este estudio, el hombre puede poseer la certeza absoluta que los filósofos de todos los tiempos han buscado. Acudiendo a la Biblia se puede poseer conocimiento verdadero y cierto, que satisface, en forma profunda, esa ansia natural del hombre. Por consiguiente, alabemos también al Espíritu Santo, por esta tercera acción estupenda: no sólo por su acción en la creación, no solamente por sua actividad penetrante en el campo de la gracia común que hace que este mundo sea visible, sino también por hacer posible que podamos oír precisamente en este momento, y por todo lo que dure nuestra vida, la voz de Dios, que está contenida de modo permanente e infalible en la Biblia.