EL ESPÍRITU SANTO Y JESUCRISTO.

Para el que no está mu familiarizado con la acción del Espíritu Santo, no le puede resultar menos que una sorpresa preciosa, descubrir el papel tan importante que Él desempeña en este universo. Par el que está acostumbrado a pensar en el Espíritu Santo sólo en función de la regeneración y santificación, le sorprende caer en cuenta de que también es el perfeccionador de la creación, el mediador de la gracia común, el autor de la revelación especial, y el fundador de hecho de la iglesia de Cristo. En este estudio pasamos a otra acción importante del Espíritu Santo: su actividad en la vida de nuestro Dios y salvador Jesucristo.
Para atender la acción del Espíritu Santo en Cristo Jesús, es necesario recordar al concepto bíblico de Cristo. Es la segunda Persona de la Divinidad y es engendrado eternamente por el Padre. Es totalmente Dios: eterno, incomprensible, todo poderoso, omnisciente y omnipresente. En la plenitud del tiempo vino voluntariamente a la tierra para tomar la naturaleza humana, de modo que pudo llamarse al mismo tiempo Dios y hombre. Siguió siendo Dios, y además se hizo hombre. Fue diferente de todos los seres vivos que han habitado la tierra en le sentido de que no sólo fue hombre completo, sino Dios.
Debido a esta gran verdad, los cristianos han dudado a veces de la necesidad de la acción del Espíritu Santo en Cristo. Si Cristo es Dios, razonan algunos, no necesita del Espíritu Santo. Puede hacer todo lo que quiera ya que es Dios. Por consiguiente, se regala al Espíritu Santo a un papel muy secundario en la vida de Cristo.
Pero esto es un error nacido tanto del insistir demasiado en la divinidad de Cristo como del minimizar su humanidad. En cuanto a la naturaleza divina de Jesús, su deidad el Espíritu santo tiene poca influencia. Porque la segunda persona de la trinidad es igual a la tercera. Pero en cuanto a la naturaleza humana de Cristo, su humanidad, si necesita la presencia constante del Espíritu Santo.
Jesús siguiendo hombre completo, al mismo tiempo que era Dios completo. El hecho de que su naturaleza humana fuera indivisible e inseparable de su naturaleza divina no quería decir que su naturaleza humana cambiara para fusionarse con la naturaleza divina. (Se encuentra una formulación breve y hermosa de esta verdad en le símbolo de Calcedonia, escrita en el 451). La unión de las dos naturalezas no significó que su naturaleza divina comunicara cualidades divinas, tales como omnipotencia u omnisciencia, a su naturaleza humana, con la consecuencia de Jesús dejara de ser verdaderamente hombre o al ser solamente Dios. No hubo transferencia de características divinas de la divinidad a la naturaleza humana o humanidad de Cristo, de forma que Jesús acabara por tener dos naturalezas divinas en lugar de una divina y una humana. Su naturaleza divina no deificó a su naturaleza humana. Antes bien, las Escrituras nos dicen que Jesús, siguió siendo Dios y al mismo tiempo fue hombre tan completo que nació y pasó por la infancia hasta llegar a ser adulto; fue tentado tal como nosotros los somos (Heb. 4: 15); no sabía ni el día ni la hora de su segunda venida (Mar. 13: 32), y fue abandonado por Dios en la cruz (Mat. 27: 46). Sus dos naturalezas siguieron siendo distintas. Al mismo tiempo fue completamente Dios y completamente hombre, eterno y sin embargo finito.
Siendo que Jesús era hombre, el Espíritu Santo pudo actuar en toda su vida. La Biblia nos indica que así ocurrió. Cuando el cristiano lee la Biblia, advierte que el Espíritu Santo actuó en la vida de Cristo Jesús desde su encarnación hasta su gloria final. Veremos ahora cómo ocurrió.

A. SU ENCARNACIÓN

La acción del Espíritu Santo fue necesaria al comienzo mismo de la vida humana de Jesús en su encarnación. La acción del Espíritu Santo fue necesaria al comienzo mismo de la vida humana de Jesús, en su encarnación. La palabra encarnación significa el acto por el cual la segunda Persona de la Trinidad, sin dejar de ser Dios, ‘fue hecho carne, y habito entre nosotros’ (Jn. 1: 14). Este acto lo realizó el Espíritu Santo, como se ve, tanto en la afirmación de Mateo de que maría ‘se halló que había concebido del Espíritu Santo’ (Mat. 1: 18), como en el anuncio del ángel a María de que ‘el Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra’ (Luc. 1: 35). El Espíritu Santo es el causante de la concepción de Jesús. Es él y no el Padre ni el Hijo, y mucho menos José quien sembró la semilla de vida, en una forma misteriosa, en el seno de María. Esto no significa que las otras personas del la Trinidad no participaran en la encarnación. Porque, como vimos al tratar de la creación, las tres personas están activas en todas las cosas en este universo. Sin embargo, es posible decir, basado en la Escritura, que dos Persona de la Trinidad actúan a través de la otra. Así es en la concepción de Jesús. Fue un acto del Dios Trino. El Padre fue co-autor de la encarnación, como se ve en las palabras de Cristo al Padre: ‘Sacrificio y ofrenda no quisiste más me preparaste cuerpo’ (Heb. 10: 5). En otras palabras, el Padre preparó la naturaleza humana de Cristo (llamada en este caso cuerpo). El Hijo también fue co-autor de su forma pasiva, como nosotros, sino activa. En forma voluntaria escogió ser concebido en el seno de María. Pablo lo revela cuando afirma que Cristo, ‘siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo’ (Fil. 2: 6-7). En resumen, Cristo y el Padre, al igual que el Espíritu, estuvieron activos en la venida de Cristo a la tierra.
Si bien la encarnación fue acto de las tres Personas de la Divinidad, sin embargo fue, sobre todo, obra del Espíritu Santo. Él, y no el Padre ni el hijo, fue la causa eficiente por la cual María concibió un hijo. Fue ‘el poder del altísimo’, como lo dice Lucas, el que efectuó la concepción de Jesús. Como lo confiesa el Credo de los Apóstoles, Jesús no fue concebido por el Padre ni por sí mismo, sino por el Espíritu Santo. Por consiguiente, en este sentido especial, el Espíritu Santo fue el indicador y causa eficiente de la encarnación.
Adviértase que si bien Jesús concebido por el Espíritu Santo, de forma que pudiera ser llamado ‘Hijo del Espíritu Santo’ (Mat. 1: 18), en esto no significa que el Espíritu fuera el padre de Jesús. La paternidad depende de algo más que ser el causante de que algo sea. De lo contrario, un avión de juguete se podría llamar hijo de un muchacho, o un vestido se podría llamar hijo de una modista. La relación del espíritu Santo con la naturaleza humana de Cristo es de Creador y criatura. La primera Persona de la Trinidad, no la tercera, es quien es Padre de Cristo.
Este acto de concepción por parte del Espíritu Santo fue esencial para que Jesucristo estuviera sin pecado, lo que, a su vez, era necesario para que pudiera ser nuestro Salvador. Preservó a Cristo del pecado del pecado original, que es herencia de toda persona que nace en este mundo. Por la concepción y nacimiento, el hombre nace pecador, manchado, uno entre otros pecadores. Por medio de la concepción Cristo fue ‘santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores’ (Heb. 7: 26). El hombre es concebido y nace en pecado (Sal. 51: 5), pero Cristo fue concebido y nació en santidad.
Para ampliar esto hay que decir que todo hombre hereda dos elementos del pecado original:
PRIMERO. Una culpa la cual heredad de Adán, quien actuó como representante nuestro en el Jardín del Edén y:
SEGUNDO, una naturaleza corrompida que está inclinada a todo mal. Este pecado original es suyo, antes de que sea capaz de pecar en la práctica.
Le acompaña desde su nacimiento. Y luego, si Dios no interviene, esa naturaleza corrompida con la que nace, y que al principio parece tan inocente, se manifiesta en toda clase de pecados.
Como resultado de su concepción por el Espíritu Santo, Cristo fue preservado de este doble aspecto del pecado origina. Él, y no María, fue concebido sin mancha. Fue verdaderamente hombre ‘tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado’ (Heb. 4: 15). ‘No conoció pecado’ (2ª Cor. 5: 21), ‘No hizo pecado’ (1ª Ped. 2: 22), fue como ‘un cordero sin mancha y sin contaminación’ (1ª Ped. 1: 19), y fue ‘santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores’ (Heb. 7: 26)
Esto significa que por lo menos en las dos formas en las que el hombre se vuelve pecador por sólo el hecho de nacer, Cristo fue sin pecado por su nacimiento. No heredó la culpa del pecado representativo de Adán, como todos los demás hombres (Rom. 5: 12), ni recibió una naturaleza humana era inmaculada y moralmente hermosa. Y esta pureza inmaculada de Cristo se debió a la operación del Espíritu Santo mediante la cual Jesús fue concebido en forma inmaculada y milagrosa, sin la participación de José.
Así pues, el Espíritu Santo fue necesario en la vida de Cristo desde su mismo comienzo. Fue necesario por dos razones:
PRIMERO, para que Cristo pudiera nacer y:
SEGUNDO, para que su naturaleza humana pudiera ser preservada de la culpa y corrupción del pecado de Adán a fin de que pudiera ser nuestro Salvador.

B. EL ESPÍRITU SANTO MORÓ EN ÉL.

El Espíritu Santo no sólo mantuvo a Jesús libre del pecado en todas sus formas; fue también el autor de la santidad en la naturaleza humana de Jesús. Esto se da a entender, desde luego, cuando se afirma que Jesús estuvo libre de pecado. Porque si alguien está libre de pecado, debe ser completamente santo. En el alma no puede haber vacio. La ausencia del mal significa la presencia de santidad.
Que le Espíritu Santo sea el autor de la santidad en la naturaleza humana de Jesús se halla implícito en el hecho, que ya hemos visto, de que el Espíritu Santo es el autor de toda vida, tanto natural como espiritual. Es el dador de los logros intelectuales, estéticos y morales. Esto es así en el caso de la naturaleza humana de Cristo, tanto como en la de los hombres en general.
Además, al hablar de Jesús, Juan específicamente menciona que ‘Dios no da el Espíritu por medida’ (Jun. 3: 34). A nosotros Dios nos da el Espíritu parcialmente, nunca en plenitud, pero a Cristo se lo dio no por medida, sino sin medida, sin límite, en su totalidad y plenitud. Esto se refiere naturalmente a Cristo sólo como hombre, y no como Dios. Y esto significa además que el Espíritu Santo moró en Jesucristo como hombre. El Espíritu Santo vino a hacer su morada en Cristo, en una forma más o menos igual que lo hace en el cristiano. De hecho, Jesús quizá habló de este morar del Espíritu cuando se refirió a su cuerpo como templo que reedificaría tres días después de que los Judíos lo destruyeran.

C. SU CRECIMIENTO.

Si bien es cierto que el Espíritu moró sin medida en Jesús como hombre, también es cierto que hubo crecimiento en la vida espiritual de Cristo. Este es uno de los aspectos más fascinantes de la Escritura y que a menudo se niega, especialmente por parte de aquellos que, como reacción contra el modernismo, desean salvaguardar la divinidad de Cristo contra toda clase de ataques.
Lucas revela este crecimiento en forma bien definida cuando afirma: Ý el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre Él’ (Luc. 2: 40). Es probable que Lucas quisiera decir que el niño ‘crecía’ físicamente y ‘se fortalecía’ intelectual y moralmente, ya que sería repetitivo que tanto el crecer como el fortalecerse se refiera a lo mismo, a su vida física. Además, en Lucas 1: 18, estas mismas palabras (‘y el niño crecía, y se fortalecía’) se emplean para Juan el Bautista, con la añadidura da las palabras ‘en espíritu’ después de la expresión ‘se fortalecía’. Esta desarrollo se confirma también en el versículo 52, donde Lucas dice que ‘Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres’.
En otras palabras, Lucas nos dice que hubo crecimiento en la vida espiritual e intelectual de Jesús. No nació adulto como Adán, de forma que tuviera que hacer crecer que era niño, sino que nació como verdadero niño. Tuvo que crecer como cualquier niño normal a través de la infancia, hasta llegar a caminar y hablar, a aprender y desarrollarse, hasta alcanzar la edad adulta. En un capítulo, el segundo, Lucas llama a Cristo primero, niño (Luc. 2: 12, 16), luego otra vez, niño (Vr. 40) luego niño de 12 años (Vr. 42, 43), y finalmente Jesús (Vr. 52). Esto indica que Jesús fue verdaderamente hombre, y que su naturaleza no fue dotada, gracias a su unión con la naturaleza divina, de atributo divinos tales como poder absoluto, conocimiento total, e infinidad. Antes bien, nació como niño según dice la Biblia. Creció en sabiduría, como lo afirman expresamente (Luc. 2: 40, y 52). Se desarrolló en espiritualidad. Y debido a todo esto en realidad ‘crecía en gracia para con Dios’. Este gran misterio se puede entender en parte si recordamos que todo este crecimiento ocurrió solamente en su naturaleza humana de Jesús. Su deidad, desde luego, no podía crecer en lo más mínimo en ningún aspecto, ya que siempre ha sido completa.
Todo este crecimiento se debió al Espíritu Santo. No fue automático. Ni tampoco se debió al hecho de que Jesús hombre estuviera inseparablemente conectado con la persona divina, en forma que como hombre poseyera omnisciencia. Porque eso destruiría la verdadera humanidad de Jesús. Y la Biblia nos dice que incluso ya de adulto, en el curso de su ministerio, no conocía la fecha exacta de su segunda venida. Antes bien, este crecimiento espiritual e intelectual se debió a la operación del Espíritu Santo en la vida de Cristo. Isaías predijo cuando escribió: ‘Saldrá un a vara (Jesús) del trono de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces. Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de poder, Espíritu de conocimiento y de temor de Jehová’ (Is. 11: 1-2). En resumen, fue el Espíritu Santo quien vino sobre Jesús, sobre su naturaleza humana, y lo hizo crecer como infante y niño, lo fortaleció, y lo hizo progresar en sabiduría, en estatura, y engracia delante de Dios y los hombres. Como muchacho en crecimiento, Jesús necesitó al Espíritu Santo.
Si alguien se pregunta de qué manera Jesús pudo estar lleno del Espíritu en forma ilimitada (Jn. 3: 34) y sin embargo crecer espiritualmente, no cuesta encontrar la respuesta. Radica en la distinción entre la perfección de inocencia y la perfección de santidad, y en el hecho de que Jesús creció de la infancia a la edad adulta plena. Un niño, como Jesús, puede poseer la plenitud del Espíritu, y sin embargo no ejercitar esa santidad. Puede poseer perfección de inocencia, en tanto que el adulto puede tener la perfección de santidad. El niño Jesús tenía todas las inclinaciones y la voluntad de la santidad, pero simplemente, como era niño, no podía ejercitar la inteligencia y la voluntad de su naturaleza humana como lo hubiera hecho un adulto. Como niño ni siquiera podía hablar, por ejemplo, y mucho menos razonar con teólogos, como lo hizo a los doce años de edad. No podía enfrentarse a elecciones entre el bien y el mal debido a que su mente humana no tenía el desarrollo suficiente como para entender los problemas éticos. Durante todo ese tiempo, sin embargo, incluso como niño, el Espíritu moró en Él. La naturaleza y disposición de Jesús eran completamente santas, si bien no se podían manifestar. Esta naturaleza santa estaba latente, y se iría ejercitando a medida que su mente crecerá y se desarrollará. Tuvo que aprender, por ejemplo, obediencia (Heb. 5: 8), no porque fuera jamás desobediente y por tanto pecador. No lo fue. Pero tuvo que desarrollar esa disposición santa, innata, que el Espíritu Santo había puesto dentro de Él, pero que, durante su niñez no podía manifestarse.
Vemos, pues, que el Espíritu Santo no sólo fue necesario para la concepción y nacimiento de Jesús, sino también para todo su periodo de crecimiento como niño y como joven que madura.

D: SU BAUTISMO.

Otra prueba de la acción del Espíritu Santo en la vida de Jesús se ve en su bautismo, cuando fue consagrado por el Espíritu Santo y de él recibió poder para comenzar su ministerio público como Mediador. Incluso después de que Jesús hubo sido llenado del Espíritu de sabiduría y comprensión, y hubo crecido en gracia delante de Dios en su propia vida personal, siguió necesitando al Espíritu Santo, en forma nueva, par su vida pública. Aparte de su vida santa, necesitó al Espíritu a fin de pertrecharse de las cualidades necesarias para desempeñar su misión de Mesías, como Profeta, Sacerdote, y Rey.
Esta comunicación de dones de parte del Espíritu Santo ocurrió en el bautismo. Leemos que al ser bautizado Jesús, él cielo se abrió, y descendió el Espíritu Santo sobre Él en forma corporal, como paloma’ (Luc. 3: 21-22). Antes de este suceso no leemos nada del ministerio de Jesús en ninguno de los evangelios; antes bien, sólo se nos habla acerca de su nacimiento e infancia. Después de ello ya oímos hablar de su ministerio de predicación y de realización de milagros. E inmediatamente después de la mención del bautismo, Lucas nos dice expresamente que Jesús comenzó a enseñar, ya de unos treinta años de edad (Luc. 3: 23). Por ello sacamos la conclusión de que la comunicación del Espíritu Santo a Cristo en el bautismo fue con el propósito de pertrecharlo oficialmente par su ministerio público.
Que el Espíritu Santo también le comunicó poderes especiales par realizar milagros durante su ministerio se ve en una de sus enfrentamiento con los fariseos cuando dijo: ‘Si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios’ (Mat. 12: 28). Luego hace saber a los judíos que llamándolo Belcebú, príncipe de los demonios, estaban blasfemando sobre todo contra el Espíritu Santo, ya que fue el Espíritu santo quien realizó realmente estos milagros, si bien los hacía a través de Jesús.
Una vez más vemos claramente que en ocasiones Jesús realizaba milagros, no por poder del Padre, ni tampoco porque como hombre hubiera recibido poder sobrenatural de la segunda Persona de la Trinidad, sino porque el Espíritu Santo le había comunicado el don de realizarlos. Hechos 10: 38, indica esta misma verdad cuando Pedro afirma que ‘Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y como este anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él’. Así pues, el bautismo, la predicación, ministerio no con sus propias fuerzas, sino dotado de poder y dones por el Espíritu Santo.

E. SU TENTACIÓN

Otra gran obra del Espíritu en la viada de Cristo se revela en relación con sus tentaciones. Todas ellas ocurrieron bajo la dirección del Espíritu Santo.
Inmediatamente después del bautismo, a punto ya de ser tentado, leemos que estaba ‘lleno del Espíritu Santo’. Probablemente esto se refiere al descenso del Espíritu en el bautismo. Lugo los evangelios dicen que fue ‘llevado por el Espíritu al desierto’. Aunque Mateo y Marcos dice ‘hacia o dentro’ del desierto, Lucas indica en forma específica ‘en’ el desierto, y uso el pretérito imperfecto que nos apunta no a un acto momentáneo sino a un periodo de tiempo. Lo que esto indica es que el Espíritu Santo no sólo guió a Cristo al desierto, sino que todo el tiempo en que Cristo estuvo ahí el Espíritu Santo estuvo con Él, guiándolo y ayudándolo para superar las tentaciones. Y después que terminaron, Lucas dice que’ volvió en el poder del Espíritu’ (Luc. 4: 149. En otras palabras, todo el periodo de la tentación, desde el comienzo hasta el fin, estuvo bajo el control del Espíritu Santo, y por medio del Espíritu la naturaleza humana de Jesús recibió la fortaleza para superar las graves tentaciones que lo asediaron. No triunfó porque su naturaleza divina infundiera cualidades divinas a su naturaleza humana., y la capacitara así para resistir. No, porque e ese caso hubiera sido hombre. Por el contrario, siendo hombre completo, confió en la morada del Espíritu en su ser par resistir el mal.
Se puede asumir que            Cristo necesitó al Espíritu Santo no sólo durante estas tentaciones, sino durante todas las pruebas sostenidas en todo su ministerio. Sabemos que después de estas primeras pruebas Satanás se apartó de Él sólo ‘por un tiempo’ (Luc. 4: 13)

F. SU MUERTE

Este Espíritu asombroso estuvo actuando desde la concepción misma de Cristo hasta su muerte. Hebreos 9: 14 nos dice cuando afirma que Cristo ‘mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios’. Se alude aquí a la muerte de Cristo.
El cristiano debe su salvación no sólo a la muerte externa de Jesús, al acto externo de expiar, sino también a su actitud interna al morir. Dios siempre una relación adecuada entre la actitud interna y la acción externa. No se complace con una simple conformidad externa a su voluntad, sino que debe haber también una actitud paralela en el alma. No mira sólo los labios que dicen ‘Señor, Señor’ o los vasos que están limpios por fuera, sino que exige una actitud de amor perfecto hacia Él. Si Jesús hubiera ido a la cruz en contra de su voluntad, protestando, estoicamente, sólo por sentir que era algo necesario; y no voluntariamente, con un perfecto y ardiente celo, y con fe hacia el Padre, no hubiera habido expiación. Si Jesús hubiera dicho. ‘Odio el tener que ir a la cruz. No lo quiero, pero supongo que tengo que cumplir con mi deber’, no hubiera logrado la salvación. No se hubiera realizado ninguna justicia disponible. No hubiera habido obediencia pasiva ni activa, las cuales no necesarias para la salvación.
Pero, gracias al Espíritu Santo, Jesús ofreció un sacrificio perfecto. N sele obligó a morir contra su voluntad, sino que hizo voluntariamente. Fue a la muerte, conociendo sus consecuencias, pero voluntariamente con fe en Dios, y con amor, confianza, y obediencia. Su actitud fue perfecta.
Y todo ello se debió al Espíritu Santo, como Hebreos 9: 14, lo indica al decir que Jesús se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios ‘mediante el Espíritu eterno’. En otras palabras, fue el Espíritu Santo el que hizo que Jesús tuviera la perfecta actitud necesaria para realizar nuestra redención. Sin Él no hubiera podido hacerlo. Pero por medio del Espíritu Santo. Jesús fue a la cruz con una actitud perfecta, y con ello nos consiguió la redención.

G. SU REDENCIÓN

La obra del Espíritu no concluyó con la muerte de Jesús; continuó hasta su resurrección. Si bien a veces la resurrección de Cristo se atribuye la Padre (Hech. 2: 24) y a veces al hijo (Jun. 10: 17-18), sin embargo, la Biblia nos da indicios indirectos de que el Espíritu también estuvo activo en una forma especial en la resurrección de Cristo. En Romanos 8: 11, leemos que Dios, el Padre dará vida a nuestros cuerpos mortales por su Espíritu en la resurrección cristiana, al paralelismo que utiliza la Biblia entre la resurrección del cristiano y la de Cristo sugeriría que el Espíritu también realizó una acción peculiar en la resurrección de Cristo.

H. SU GLORIFICACIÓN.

La acción del Espíritu Santo en la vida de Cristo no se puede demostrar con ningún texto específico, sino que se deduce de muchos. Sabemos que el creyente es santificado totalmente por el Espíritu Santo. Deducimos también que el Espíritu es la fuente de toda vida religiosa pura, incluso la de aquellos que están en estado de pecado, tales como Adán. Es el Espíritu Santo el que mora en el hombre salvo, para siempre, incluso en el cielo. Siendo éste el caso, el Espíritu Santo, quién comenzó a actuar en la naturaleza humana de Cristo y desde su encarnación hasta su resurrección, también mora en su naturaleza humana glorificada, lo mismo que hace en todos los santos.

CONCLUSIÓN

En conclusión, hay tres cosas que deberían enfatizarse.
EN PRIMER LUGAR, debemos recordar que Jesucristo fue hombre verdadero. En todas las faces de su vida su naturaleza divina no hizo, en virtud de su unión con la naturaleza humana, que ésta dejara de ser humana. No deificó la naturaleza humana. No hizo que la naturaleza humana, pensará, hablará, y actuará como Dios. Porque esto sería negar la verdadera humanidad de Jesús. Antes bien, Jesús fue siempre hombre completo la mismo tiempo que Dios completo, y así sigue siendo hoy día en el cielo.
Esto significa que la naturaleza divina no hizo que el Espíritu Santo resultara innecesario en la vida de Cristo. Jesús, no como Dios, sino como hombre, necesitaba al Espíritu, como lo hemos visto repetidas veces. Como hombre lo necesitaba en su nacimiento para que lo guardara de pecado; en su juventud para que lo dotara de santidad, obediencia, y sabiduría; en su bautismo par que lo pertrechara para su ministerio mesiánico; en sus tentaciones para capacitarlo para hacer el sacrificio perfecto. En todas estas ocasiones la Escritura habla del Espíritu Santo proporcionado ayuda a Cristo. Y negar esta necesidad de Jesús es violentar la verdadera humanidad de Jesús atribuyéndole poderes divinos que no poseyó si el Espíritu Santo.
EN SEGUNDO LUGAR, si Cristo, el hombre perfecto, quien fue concebido sin mancha y por consiguiente libre del pecado original, tanto en su culpa como en su corrupción, dependió del Espíritu Santo, entonces nosotros lo necesitamos mucho más. Nosotros no estamos unidos con la Divinidad, y por naturaleza estamos totalmente corrompidos, inclinados a todo mal. En contraposición en lo que ocurrió con Cristo, nosotros, incluso después de haber sido regenerados, agraviamos al Espíritu Santo y con ello disminuimos su presencia dentro de nosotros. ¿No debiéramos, entonces, orar todavía más para pedir la plenitud del Espíritu? Si Jesús necesito que el Espíritu morara en Él cuando era niño, para darle santidad y sabiduría personal, afín de crecer en gracia para con Dios y con lao hombres, entonces mucho más nosotros quienes somos pecadores por naturaleza, necesitamos al Espíritu Santo para poder crecer en hermosura espiritual y a favor de Dios, si Cristo, quien es Dios y no tuvo pecado, necesitó como hombre el bautismo del Espíritu Santo para predicar, mucho más nosotros, predicadores del evangelio, pecadores necesitamos al Espíritu en nuestras vidas, a fin de que esta predicación sea en el poder del Espíritu. Si Cristo, en sus tentaciones necesitó al Espíritu para superarlas y triunfar, ¿Cómo podemos esperar triunfar sobre el pecado si nunca pedimos que el Espíritu abunde más en nuestra vida? Si Jesús necesitó al Espíritu Santo para poder ofrecerse a Dios y obedecerle voluntariamente y no regañadientes, entonces nosotros necesitamos al Espíritu Santo mucho más para que nos dé la voluntad de hacer lo que Dios quiera. Mientras debemos salvaguardar el sentido Único de la persona de Cristo debemos recordar que también es nuestro ejemplo en esta vida. Porque nos mostró el camino de santidad y triunfó sobre el pecado con una vida llena del Espíritu.

Y, FINALMENTE, deseamos subrayar que la obra del Espíritu Santo no comenzó con la aplicación en nuestras vidas de la redención ganada por Cristo, sino que estuvo actuando en la realización misma de la redención. Jesucristo por sí mismo no hubiera podido realizar nuestra redención. Como poseía una naturaleza humana, necesitó al Espíritu Santo en su concepción y nacimiento, al crecer, al ser bautizado para su ministerio oficial, en la tentación, ala ofrecerse a sí mismo en muerte, al resucitar, y al ser glorificado. Desde su concepción hasta su glorificación Jesucristo necesitó al Espíritu Santo a fin de realizar la redención para nosotros. Debemos alabar al espíritu Santo no sólo por aplicar esa obra a nuestras vidas en regeneración y santificación, sino también por realizar la redención misma en Cristo Jesús.