EL ESPÍRITU SANTO Y LA CREACIÓN.

Nuestro estudio del Espíritu Santo siempre debería ser práctico. La revelación de Dios no tuvo como fin simplemente satisfacer nuestro deseo de conocer más de los aspectos más profundos de Dios, sino guiarnos tanto a glorificar a Dios por su grandeza como a incrementar nuestro crecimiento espiritual: Sólo un conocimiento preciso del Espíritu Santo en todas sus actividades nos pondrá en condiciones de alcanzar estos fines. Si existe confusión en nuestra mente en cuanto a quien es el   Espíritu Santo o qué hace, nos veremos impedidos de glorificar plenamente al Espíritu y de experimentar con plenitud su obra múltiple en nosotros. Por consiguiente, pasamos ahora a estudiar la obra del Espíritu Santo.
Ante todo, es necesario cuidadosamente de un error. No debemos limitar la obra del Espíritu Santo a la regeneración y santificación del creyente. Así ocurre cuando se considera la salvación, en un sentido estrecho, como si fuera lo más importante de este mundo; cuando comenzamos y concluimos con el hombre, su pecado, su condenación eterna, y su necesidad de la salvación por Cristo. Nuestra visión en este caso es eminentemente antropocéntrica (centrada en el hombre) y no Teocéntrica (centrada en Dios) Nuestra preocupación entonces es casi exclusivamente la salvación, la oración la lectura de la Biblia, y asuntos relacionados con el domingo y reuniones de oración. Si tomamos este punto de vista, es natural pensar en el Espíritu Santo en función del hombre y de su experiencia cristiana y, en consecuencia, restringir la actividad del Espíritu a eso.
Este, sin embargo, no es el enfoque bíblico. La Biblia comienza con Dios y no con el hombre. Es teocéntrica y no antropocéntrica. Da Dios toda la gloria y lo sitúa siempre en el marco desde la eternidad hasta la eternidad lo que incluye los días de entre semana. No se limita sólo a un aspecto de la vida sino que es del Señor Soberano de todas las cosas, ‘absolutamente todas’ de este universo. Por consiguiente, la obra del Espíritu Santo no se puede restringir exclusivamente a la santificación. Tuvo, tiene, y tendrá participación en la creación de este mundo, en la providencia, en la revelación, en la encarnación, en la redención, en la santificación, y en todos los acontecimientos hasta el día del juicio. Por esta razón, en este estudio no limitamos nuestra reflexión a la obra del Espíritu en la regeneración o santificación; porque ésta no es una exposición de la obra del Espíritu Santo en santificación solamente, sino de la obra total del Espíritu Santo.

A. LA OBRA DE LA TRINIDAD EN LA CREACIÓN.

En este mundo existen funciones y obras especiales que realizaron cada una de las Persona de la Trinidad en cuanto distintas de las dos. Cuando pensamos en la creación, por ejemplo, pensamos sobre todo en el Padre y no en el Hijo ni en el Espíritu Santo. En la cruz, sin embargo, fue Cristo quien murió y no el Padre ni el Espíritu Santo. Jesús incluso se distinguió a sí mismo del Padre en la cruz cuando exclamó, ‘Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado? Y ‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu’. Y cuando pensamos en la santificación y en la realización de la salvación en nuestra vida, no pensamos especialmente el Padre ni en el Hijo, sino en el Espíritu Santo. Este es el que mora en el cristiano. De hecho, debido a la negligencia de estas distinciones algunas personas que se sienten angustiadas y ansiosas acuden al Padre o a Cristo para pedir consuelo, cuando, en realidad, deberían acudir al Espíritu Santo, quien es el Santo Consolado.
Con todo, y al mismo tiempo, hay un sentido en el que no podemos separar a las tres personas. Aunque pensamos en el Padre sobre todo como creador, sin embargo, debido a la unidad básica y esencial que existe en la Trinidad, también se dice que el Hijo y el Espíritu Santo crearon. Aunque es evidente que fue el Hijo el que murió en la cruz, sin embargo en un cierto sentido también el Padre estuvo ahí, porque Jesús pudo decir, ‘Yo y el Padre somos uno´´. Y si bien es perfectamente bíblico afirmar que el Espíritu Santo es el que mora en nuestro corazón, sin embargo Cristo pudo decir del Cristiano, ‘MI Padre le amará, y vendremos a el, y haremos morada con él, y haremos morada con él´ (Jn 14: 23). Y Pablo pudo afirmar ‘Vive Cristo en mí’ (Gal. 2: 20). Estas cosas pueden ser ciertas por simple razón de que en la Trinidad, si bien hay Personas distintas, también hay unidad básica, porque las tres son uno.
Al pensar en este punto, sobre todo en relación con el tema de la creación, siempre debemos tener presente este equilibrio perfecto, aunque no lo podamos entender en forma cabal: el equilibrio, por un lado, de la diversidad de la trinidad y de su obra en este mundo, y, por otro lado, de la unidad básica entre las tres Personas. No podemos separarlas como si una de ellas pudiera actuar sola sin las otras; y sin embargo podemos, de acuerdo con la Biblia, atribuirle a una, en cuanto es distinta de las otras dos, ciertas características y obra especial.
En general, las Escrituras indican que la obra de la Trinidad es del Padre, por medio del Hijo, y para el espíritu Santo. El Padre origina, el Hijo ejecuta, y el Espíritu Santo perfecciona. En la redención, por ejemplo, es el Padre quien amó tanto al mundo ‘Que ha dado a su Hijo unigénito’ (Jn 3: 16) Efesios 1: 4 nos habla de que fue el ‘Padre de nuestro Señor Jesucristo’ quien amó a los elegidos y los predestino a la filiación adoptiva en Cristo Jesús. La biblia atribuye el ‘amor de la elección’ al Padre, y no al hijo ni al Espíritu Santo. Y fue el Hijo quien realizó esa redención en el tiempo. No fue el Padre ni el Espíritu Santo quien quienes vinieron al mundo, sino el Hijo. Por ello la redención es ‘por el Hijo’. Del mismo modo, es el Espíritu Santo quien aplica esta redención a la vida del cristiano y la completa. La redención es ‘para el Espíritu Santo’. Así pues, la obra de la redención se puede decir que es ‘del Padre, por medio del Hijo, y para el Espíritu Santo’.
Las mismas distinciones que se encuentran en la redención se encuentran también en la creación. El universo creado también es del Padre, por medio del Hijo, y para el Espíritu Santo. La Biblia indica que cada persona de la Trinidad no desempeño la misma función en la creación. Más bien, ‘sólo hay un Dios, el Padre, el cual son todas las cosas, y un Señor Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, (1ª Cor. 8: 6). Adviértase que todas las cosas son ‘del’ Padre, pero ‘por medio del’ Hijo. Lo que se indica es que el Padre es la fuente de todas las cosas y que le Hijo es el que, utilizando estas cosas, construyó el mundo. Romanos 11: 36. Habla en una forma semejante cuando emplea tres preposiciones diferentes en la afirmación: ‘Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. Hebreos 1: 1-2. Habla en el mismo sentido cuando dice que ‘Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, por quien así mismo hizo el universo’ Juan 1 y Colosenses 1 también mencionan que el mundo fue creado ‘por el Hijo’ y ‘en el’. En otros pasajes como veremos oportunamente, la Biblia habla del Espíritu santo en cuanto perfecciona la obra del Padre y del Hijo.
Abraham Kuyper, en su obra el Espíritu Santo, ilustro esta idea al comparar la creación del universo con la construcción del palacio de un rey. El rey suministra los materiales para el palacio, pero el contratista es quien construye. Así en la creación, el Padre como rey, es la fuente por quien todas las cosas fueron creadas de la nada. El Hijo es como el contratista, quien, tomando los materiales suministrados, construyó el universo, el Espíritu Santo es el que añadió a lo que el Hijo realizó y lo completó, realizando las potencialidades y haciendo que se desarrolle de acuerdo a su naturaleza.
En todo esto, sin embargo, como henos visto, debemos recordar la unidad sustancial de todas las personas de la Trinidad y no separar su actividad, de forma que en un cierto sentido las tres Personas están simultáneamente activas tanto en la redención como en la creación. Comprender esto a la perfección es imposible. Es un misterio. Con todo podemos tratar de entender y de describir la obra de la Trinidad en cuanto nos lo permita la revelación Bíblica.

B. LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO EN LA CREACIÓN.

I. Con estas distinciones Trinitarias como base para nuestra reflexión, podemos ahora pasar a ver lo que la Biblia dice en forma más directa acerca de la obra del Espíritu Santo en al creación. Se pueden mencionar por lo menos cinco aspectos distintos de esta obra.
Cuando examinamos la historia de la creación en Génesis 1, advertimos que la obra del Espíritu no es la de crear los materiales del mundo de la nada, sino que su obra viene después de esto. En Génesis 1: 1, 2 leemos; ‘En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo’. Sólo después de esto, después de que hubo creación del universo de la nada, menciona la Biblia la actividad del Espíritu cuando dice, ‘Y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de la faz de las aguas’. Lo que se da a entender es que el Padre, quien incluso dentro de la Trinidad es el ‘manantial y fuente’ del Hijo y del Espíritu Santo, es también el manantial y fuente del universo material, creándolo de la nada; y que después que esto se hubo realizado, el Espíritu Santo se movió sobre la faz delas aguas, estableciendo cierto orden entre lo que ya había sido hecho. No creó el mundo, sino que extrajo potencialidades que ya estaban en el mundo, y aun incluso implanto la semillas y gérmenes de vida, como veremos en un momento.
II. Salmo 33: 6 y Job 26: 13, nos dan otra indicación de la obra perfeccionadora del Espíritu Santo, esta vez en el embellecimiento de los cielos. El salmista nos dice en Sal. 33: 6, que ‘por la de Jehová fueron hechos los cielos y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca’. Como vimos en el capítulo primero, Espíritu significa aliento, y el Espíritu Santo es exhalado por el Padre y el Hijo. Por consiguiente es justificable traducir Aliento por Espíritu en este Salmo. El significado sería que Jehová creó los cielos, y el Espíritu actuó en la producción de las huestes de los cielos, las estrellas, planetas, luna y sol. Job 26: 13, no indica necesariamente que el Espíritu creara las hueste, pero sí que hizo que fueran hermosas, porque Job dice: ‘Su Espíritu adorno los cielos’. Adornar significa hermosear. Con ello Job nos dice que el Espíritu tomó los cielos que ya habían sido creados por Dios y los hizo ser hermosos como los vemos ahora, con las constelaciones, la Vía Láctea, los planetas que reflejan la luz del sol, los colores diferentes de las estrellas, las dimensiones de la luna y la estabilidad de su luz, el brillo del sol. En otras palabras, así como en Génesis 1: 2, se indica que el Espíritu perfeccionó el mundo que había sido creado, así ahora se da a entender que el Espíritu Santo dio los toques finales a los cielos, extrayendo la gloria y belleza que eran posibles en las hueste celestiales.
III. El Salmo 104 nos habla de otro aspecto de la actividad creadora del Espíritu Santo: el dar vida a pájaros, peces, y animales. Este hermoso Salmo de la providencia de Dios atribuye todos los fenómenos de la naturaleza a Dios, afirmando que Dios es el que controla todas las cosas, y que todas las cosas dependen de Él. Los asnos salvajes sacian la sed en los manantiales que Dios hace, el rebaño come la hierba que Dios hace crecer, los pajeros hacen nidos en los cedros del Líbano que Dios planta, el rugiente león busca su alimento de Dios, e incluso el leviatán en el mar espera de Dios su sustento. Todas las bestias y criaturas vivientes, grandes y pequeñas, dependen de Él para existir. Dice el Salmista en el versículo 29, ‘Escondes tu rostro, se turban; les quitas el hálito, dejan de ser, y vuelven al polvo’. Pero es también Dios, y más en concreto el Espíritu Santo, quien da vida; porque el Salmista prosigue en el versículo 30, ‘Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra’. Así pues, el Salmista indica que el Espíritu Santo es que da vida a todas las criaturas vivientes: a las cigüeñas en los árboles, a las cabras silvestres en la montaña, y a los leviatanes en los grandes océanos, a los pájaros, bestias, y peces.
La Biblia, pues, nos induce a considerar la actividad creadora del Espíritu Santo, no en el sentido de hacer algo de la nada, sino en el de impartir viada a lo que ya ha sido creado, en armonía con lo que descubrimos en Génesis 1 y Job 26: 13.
IV. Este mismo Salmo 104, también da indicios de que incluso la vegetación recibe su vida del Espíritu. El versículo que acabamos de citar dice, ‘Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas y renuevas la faz de la tierra’. La última parte de este versículo no menciona explícitamente al Espíritu Santo como al que renueva la tierra. Sin embargo, como está íntimamente unido a la primera parte del versículo (donde se menciona al Espíritu Santo), como da vida a los animales al igual que a los hombres 8como veremos en otro momento, y como en general su obra no es la del que origina sino la del que perfecciona, se puede deducir con cierta confianza que le Espíritu él que también renueva la tierra. El significado, pues, de este versículo es que si bien hay en toda la creación, después de la caída del hombre, la semilla de la muerte, de modo que la vegetación, los animales, y el hombre, morirán a su debido tiempo, sin embargo, por la actividad creadora constante del Espíritu Santo, esta proceso de deterioro y muerte queda controlado, y se comunica la vida. No sólo da vida a los pájaros, peces, y bestias, sino que renueva la tierra al hacer que la hierba, las plantas, y los árboles crezcan, que se produzcan semillas que contienen vida, las cuales crecerán en su estación. Después de la desolación del invierno, brota nueva vida, y la tierra se renueva. Así pues, aun la viada vegetal, tanto en el momento de la creación hoy la produce el Espíritu Santo.
V. en la culminación de la obra creadora del Espíritu fue y es la creación del hombre. Las palabras de Eliú son muy claras cuando dice, ‘El Espíritu de Dios me hizo, y el soplo del omnipotente me dio vida (Job 33: 4) Como soplo, es otro nombre para Espíritu, este versículo menciona dos veces al Espíritu Santo en la Creación del hombre. La función creadora específica del Espíritu parece necesariamente la materia, sino tomado el polvo de la tierra, sopló en él aliento de vida.
Es interesante advertir que el relato de la creación del hombre en Génesis 2: 7, describe este momento con las palabras ‘Dios sopló en su nariz aliento de viada’, empleando las palabras soplar y aliento, de las cuales la última es el nombre del Espíritu Santo, y la primera lo contiene. De Job 33: 4, que afirma claramente que es la tercera Persona de la Trinidad la que da viada al hombre, podemos decir que Génesis 2: 7, nos da también un indicio concreto de que fue el Espíritu Santo, más que el Padre o el Hijo, Quien dio y da vida al hombre.
Es, pues, el Espíritu Santo el responsable por la creación del hombre como hombre. El hombre fue hecho alma viviente, y no sólo animal en movimiento. El Espíritu Santo dio al hombre su ser racional y moral. Es el que hizo al Hombre de forma que tenga mente, voluntad, y emociones. Job 32: 8, confirma esta idea en parte cuando dice, ‘Ciertamente espíritu hay en el hombre, y el soplo (Espíritu) del Omnipotente le hace que entienda, Y también es el Espíritu Santo quien hizo al Hombre bueno, recto, santo y justo.
Estas son las cinco características distintivas de la obra creadora del Espíritu Santo. Si bien debemos velar para no violentar la unidad de las tres Persona de la Trinidad, con todo podemos y debemos atribuir a cada Persona las funciones peculiares que la Biblia les da. Cuando, en una fría noche de invierno, vemos en la oscuridad del firmamento las constelaciones conocidas, el brillante Orión, el poderoso cazador, o la débil Pléyade, o Marte, o la Estrella Polar, o la Vía Láctea, alabemos al Espíritu Santo por haber adornado los cielos. Cuando en primavera vemos la semilla del trigo que brota, las violetas que florecen, y el cornejo que echa flor, recordemos que es el Espíritu el que renueva la faz de la tierra. Cuando pescamos las truchas, vemos el ciervo que cruza raudo la pradera, y seguimos el vuelo de una graciosa golondrina, recordamos el Salmo 104: 29, 30. ‘Escondes tu rostro; les quitas el hálito, dejan de ser, y vuelven al polvo. Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra’. Cuando, como madre o padre orgullosos, oímos con emoción el primer lloro de nuestro hijo, recordamos las palabras de Eliú quien dijo, ‘El Espíritu de Dios me hizo, y el soplo (Espíritu) del Omnipotente me dio vida’. Estos son los resultados de la actividad creadora del Espíritu Santo, y por todo ello debemos darle la gloria.

C. LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO EN LA NUEVA CREACIÓN.

Hay una última actividad creadora del Espíritu Santo que debería mencionarse y esto es: su obra recreadora en la regeneración y santificación. Se tratará de esto en forma más completa en capítulos posteriores, pero también debe mencionarse aquí, a fin de dar un cuadro completo de la obra del Espíritu en la creación. Después de que el Espíritu hubo comunicado al hombre el aliento de vida, dándole justicia, santidad, y conocimiento el hombre cayó de su alto estado original de rectitud. Se echó a perder quedó herido, confundido, e incluso muero espiritualmente. Perdió el conocimiento genuino y la disposición santa que poseía. Dejó de sr lo que el Espíritu lo había hecho.
Pero nuestro buen Dios no dejó al hombre en un estado tan lamentable. Antes bien, por medio del que lo había hecho justo y santo en un primer momento, el Espíritu Santo, creo al hombre nuevo. El Espíritu Santo lo hizo una nueva Criatura (2ª Cor. 5: 17) Hizo a los creyentes ‘Hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras’ (Efe. 2: 10) Los renovó al poner en ellos en hombres nuevos, al que había sido creado, ‘creado en al justicia y santidad´ y conocimiento. (Ef. 4: 24 y Colo. 3: 10)
Adviértase la semejanza existente entre la primera creación del hombre por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo dio a Adán justicia, una justicia que era inmaculada. Así también, en la nueva creación, el Espíritu Santo capacita al hombre para poseer la justicia de Jesucristo que es perfecta. Esta es incluso una justicia mejor que la de Adán, ya que nunca se puede perder, mientras que la de Adán no sólo podía perderse, sino que se perdió.
Así, como en la primera creación el Espíritu Santo hizo al hombre santo en forma individual, también en la segunda creación el Espíritu hace al hombre individual por la regeneración y la santificación.
Adviértase luego que como en la creación del mundo el Espíritu Santo no creó de la nada, sino que dio vida, orden y belleza a la tierra muerta, inerte, en tinieblas, en desolación y vacio, moviéndose ‘Sobre la faz de las aguas’, así también en la nueva criatura en Cristo, no hay destrucción del hombre pecador y luego una creación de un nuevo hombre de la nada. El Espíritu Santo no crea un alma completamente nueva, sino, en la primera creación, toma lo que ya existe, que ha muerto en el pecado y en el delito (Ef. 2: 1) le comunica vida espiritual en Cristo Jesús, dándole disposiciones nuevas en el alma a fin de que pueda volver a ser lo que era en al primera creación, santo, justo y lleno de verdad.
Finalmente, así como en la creación el hombre adquirió vida al recibir el aliento de vida, también en la nueva creación el Espíritu Santo es comunicado a la iglesia de Cristo a fin de que el hombre pueda vivir espiritualmente.

La obra del Espíritu Santo, pues, lo abarca todo, tanto lo físico como lo espiritual. Comenzó en una forma especial en la creación, prosigue hasta hoy, incluyendo hasta la misma creación nueva del hombre. El propósito de este estudio es que todos podamos conocer al Espíritu Santo como creador, sea por primera vez o como sigue creando constantemente justicia y santidad dentro de nosotros.