EL ESPÍRITU SANTO Y LA FILIACIÓN DIVINA.

La Biblia utiliza el término hijo de Dios por lo menos en tres formas diferentes. Aplica este titulo a Jesucristo, al hombre en general y al cristiano. En cada una de estas filiaciones, el Espíritu Santo desempeña un papel importante. En este estudio se puede ver cual es ese papel en cada de los casos y por qué es importante para nosotros.

A. LA FILIACIÓN DE CRISTO.

 En relación con Jesucristo solo, hay cuatro formas diferentes en que la Biblia utiliza el título de Hijo de Dios.

I. FILIACIÓN TRINITARIA.

Cuando pensamos en Jesús como Hijo de Dios, pensamos ante todo en su divinidad, que es el hijo eterno de la primera Persona de la Trinidad. Esta es la filiación que exista sólo dentro de la Trinidad. Esta es la filiación que existe sólo dentro de la Trinidad y que se refiere únicamente a su divinidad. El Espíritu Santo no tiene nada que ver con esta filiación, excepto en el sentido de que él mismo procede tanto del Hijo como del Padre, como vimos en el estudio uno.

II. FILIACIÓN MESIÁNICA.

El titulo Hijo de Dios, sin embargo, se aplica a Jesús en otras tres formas, y en estas se interviene en forma concreta el Espíritu Santo. Se llama a Jesús Hijo de Dios no sólo por relación eterna e intra-trinitaria con el Padre, debido a su naturaleza divina, sino también debido a su papel mesiánico. Fue el representante del Padre en la tierra, subordinado a Él en su obra mesiánica. El Padre lo envió para que hiciera su voluntad y para llevar a cabo una misión especial. Jesucristo no fue Mesías desde la eternidad. Antes bien, recibió algo que no fue siempre había tenido. El Padre le dio un reino en la tierra con una labor a realizar en el mismo. En virtud de esta relación mesiánica con el Padre, se llama hijo de Dios. Dijo a sus discípulos en la última Cena, por ejemplo, que les asignaba un reino ‘como mi Padre me lo (reino9 asigno a mí` (Luc. 22: 29). Y cuando el ángel Gabriel anunció a María que Jesús sería ‘Hijo del Altísimo’, le explicó este titulo indicándole que ‘el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre’ (Luc. 1: 33). Así pues, en virtud de este papel mesiánico que el Padre le asignó, llegada la plenitud del tiempo, Jesús se llama Hijo de Dios.
Jesús fue equipado en una forma especial para esta filiación mesiánica. Se necesitaba poseer algo más que simplemente la naturaleza divina; su naturaleza humana tuvo que recibir ayuda del Espíritu Santo. En su condición oficial de Mesías necesitó la unción oficial del Espíritu y dependió de la Misma. Esto descendió sobre Él en forma de paloma, y el Padre, refiriéndose a la filiación mesiánica, habló desde el cielo y dijo: ‘Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia’ (Mat. 3: 17). Como vimos más en detalle en el estudio sexto, esto que recibió del Espíritu Santo fue lo que pertrechó a Jesús para su ministerio público, para predicar y realizar milagros. Jesús no entró en el ministerio mesiánico simplemente basado en la fuerza de su naturaleza divina, sino que dependió de la unción del Espíritu Santo. En este sentido, pues el Espíritu Santo fue esencial para que Jesús fuera el hijo mesiánico de Dios.

III. FILIACIÓN POR NACIMIENTO.

Jesús es también Hijo de Dios debido a que en su nacimiento sobre natural Dios fue el Padre de su naturaleza humana. Esto lo insinúa el ángel Gabriel cuando le dice a María que ‘el Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios (Luc. 1: 35). Hay una relación directa entre el que María sea cubierta con la sombra del Espíritu Santo y el que Jesús se llame Hijo de Dios. Debido a esta sombra, debido al acto sobre natural de la concepción por parte del Espíritu Santo, Jesús se llamó Hijo de Dios. En este sentido de su nacimiento, por consiguiente, Jesús se puede llamar Hijo de Dios, sólo gracias a la actividad del Espíritu Santo.

IV. FILIACIÓN ÉTICA.

Hay otra forma en la que Jesús, como Hijo de Dios depende del Espíritu Santo. Es Hijo de Dios en un sentido puramente religioso y moral, muy semejante a la filiación del Cristiano. Esta filiación religiosa de Jesús aparecerá más clara si recordamos que no sólo fue Dios Omnipotente, sino verdadero hombre. Como ser verdaderamente humano, Jesús rindió culto al Padre y tubo intimidad con Él. Como Hijo religioso de Dios, instruyó a Pedro para que pagara el impuesto del templo tanto por él como por sí mismo, aunque ‘los hijos están exentos’ (Mat. 17: 26). Al situarse en el mismo nivel que Pedro, tanto en cumplimiento de esta disposición, como en el llamar a Pedro a sí mismo ‘hijos’, mostró que era hijo de Dios en el mismo sentido que Pedro. Como Hijo de Dios en este sentido ético, religioso, vivió interna y externamente en una relación justa con el Padre. Obedeció la ley ritual y moral, sirvió a su Padre, oró a Él, lo amó y tuvo intimidad con Él. Desde su más tierna infancia hasta exhalar el último suspiro en la cruz cuando exclamó, ‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu’, vivió en esta relación, Hijo, Padre por lo que respecta a su naturaleza humana. En este sentido ético, religioso, a su diferencia de sus filiaciones, intra-trinitarias, mesiánica, y de nacimiento, fue Hijo de Dios. Lo fue de una manera semejante a la forma en que los cristianos son hijos de Dios, con excepción, desde luego, de que los cristianos son hijos adoptados, y él lo era por naturaleza.
En esta filiación ética, religiosa, Jesús también dependió del Espíritu Santo. Como vimos en un estudio anterior, la gracia de Dios estaba con Él (Luc. 2: 40) en la forma del Espíritu Santo, ‘Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de poder, Espíritu de conocimiento y de temor de Jehová’ (Is. 11: 2). Como hijo de Dios en su naturaleza humana, Jesús dependió de que el Espíritu Santo morara en Él, para que lo protegiera de pecado, lo hiciera triunfar sobre las tentaciones, y lo capacitará para hacer el bien.
Vemos, pues cómo, el Espíritu Santo es indispensable para las tres filiaciones diferentes de Jesucristo. Si no hubiera sido por el Espíritu Santo, Jesús no hubiera estado pertrechado para su filiación y obra mesiánica. Tampoco hubiera nacido sobrenaturalmente. Tampoco hubiera vivido en su naturaleza humana la vida de perfección que vivió y, en consecuencia, no hubiera sido el Salvador sin pecado, cuya vida humana de santidad puede considerase como nuestra. Debido a la acción del Espíritu Santo en tres de las cuatro filiaciones de Jesucristo, poseemos un Salvador prefecto que llevó a cabo una expiación vicaria perfecta. ¡Alabemos al Espíritu Santo por Cristo como Hijo de Dios!

B. FILIACIÓN POR CREACIÓN.

Una segunda clase de filiación de Dios, que la Biblia menciona, es lo que se podría llamar filiación creadora, es decir una filiación que se debe a la creación. No se aplica a la filiación única de Cristo, ni a la filiación por gracia del cristiano, sino a la filiación de todos los hombres. A todos los hombres, regenerados o no, se les llama hijos de Dios porque Dios los ha creado y porque son imagen de Dios. Como nos dice Gén. 1: 26, el hombre fue creado a imagen de Dios, es decir, en el sentido de imagen y semejanza espiritual, que posee mente, voluntad y emociones. Por esto Pablo, en el discurso del Areópago cita en forma aprobadora al pagano Arato que dijo, ‘Porque linaje suyo somos’, es decir, hijos de Dios 8hechos 17: 28). Por el contexto es obvio que quiso decir que todos los hombres son hijos de Dios, porque los ha creado y son su imagen en cuanto, seres espirituales. En Hebreos 12: 9, el autor llama a Dios ‘Padre de los espíritus’. Esto no se refiere a la paternidad en cuanto a los creyentes, sino a su paternidad respecto a todos los que tiene vida y espíritu, incluso los que no son creyentes.
El Espíritu Santo también es necesario para esta filiación: porque, como hemos visto, el Espíritu Santo es el específicamente responsable de la creación del alma del hombre. La tercera Persona de la Trinidad, y no el Padre ni el Hijo, es quien dota a todos los hombres de su naturaleza espiritual, de forma que tengan vida, capacidad artística, gusto estético, y dones intelectuales. Si el hombre se eleva a las alturas dramáticas de un Shakespeare, a los pensamientos filosóficos de un Aristóteles, a los logros artísticos de un Rubens, al genio musical de un Brahms, a la capacidad estadista de un Churchill, al simple amor de una madre por su hijo, a la capacidad de un muchacho para estudiar matemáticas, o a la habilidad de una joven modista para hacer un vestido, entonces debemos alabar al Espíritu Santo. Porque estas son pruebas de la segunda clase de filiación y de la acción del Espíritu Santo al producirla.

C. LA FILIACIÓN DEL CRISTIANO.

La filiación implica por lo menos dos cosas.
EL PRIMERO, debe haber un cierto parecido entre el hijo y el padre. Es obvio que por el simple hecho de un objeto haya sido creado por alguien, no quiere decir que sea hijo de una persona. El automóvil no es hijo del fabricante de automóviles, sino el producto suyo, porque no hay parecido básico entre los dos. Por la misma razón, la mesa no nace del ebanista, sino que este lo produce.
Por otro lado, el potro como hijo verdadero del caballo, tiene los rasgos y características del caballo y no los de un tren o un león. Se engendra algo semejante a lo que es. El padre humano engendra un hijo que es humano como él. Al igual que el padre, el hijo también tiene alma y características corporales tales como dos orejas, diez dedos, pulmones y corazón. Así pues, la filiación implica semejanza entre el padre y el hijo.
EL SEGUNDO LUGAR, la filiación implica que el tiene ciertos derechos filiales. Tiene derecho a un nombre, por ejemplo, y derechos de herencia.
Estas dos ideas relacionadas con la filiación están implícitas en el término bíblico hijo de Dios, tal como se aplica al cristiano. A veces la Biblia llama al hijo de Dios, porque muestra cierto parecido con Dios. Otras veces lo llama hijo de Dios, porque tiene ciertos derechos que el auténtico Hijo de Dios, Jesucristo, también tiene. Examinemos pues, ante todo, la filiación del cristiano en primer sentido y veamos el papel que el Espíritu Santo desempeña en la misma. A esta se le puede llamar filiación por regeneración. Luego, examinamos la filiación del cristiano en el segundo sentido, y veamos cuál es la función del Espíritu Santo en la misma. Esta se llama filiación por adopción. Ambas se aplican a los cristianos, hijos de Dios.

I. FILIACIÓN POR REGENERACIÓN.

Según la Biblia, el cristiano es la imagen de Dios. Hemos visto que es así en el sentido de creación, en cuanto que el cristiano, al igual que el hombre natural, se puede llamar hijo de Dios, porque está la imagen de Dios, como ser espiritual, racional, moral y emotivo. Esta operación moral del hombre se llama imagen natural de dios. Es una forma en la que todos los hombres, a diferencia de los animales, son la imagen de Dios.
Pero el cristiano, también es semejante a Dios, y por tanto hijo de Dios, en otro sentido. Es hecho según Dios en conocimiento, justicia y santidad (Col. 3: 10; Efe. 4: 24). Adán y Eva también fueron hechos originalmente a imagen de Dios, es decir, en carácter igual Dios, en este sentido. No sólo fueron creados según la imagen natural de Dios en cuanto agentes morales, y libres, sino también fueron hechos a su imagen en cuanto que poseían excelencia moral, es decir, verdadero conocimiento, justicia y santidad. Debido a la caída, el hombre perdió esta excelencia moral aunque retuvo su actividad moral. Cuando el hombre se hace se convierte a Cristo se renueva dentro de él, según la imagen de Dios, quien lo creó, la excelencia moral del conocimiento verdadero, de la justicia, y de la santidad. En este segundo sentido, que es exclusivo del cristiano, se vuelve en la semejanza que Dios lo creo originalmente, y por consiguiente hijo de Dios por lo espiritual y reconciliación filiatoría por la fe en Jesús.
Pablo nos dice que como Dios predestinó al cristiano para que fuera conforme a su imagen de su Hijo 8Rom. 8: 29), los creyentes son ‘transformados de gloria en gloria en la misma imagen’ (2ª Cor. 3: 18). Esto quiere decir que como Jesús, el hijo por naturaleza, es como el Padre, y  como el creyente, hijo por regeneración es como Jesús, el cristiano también es como el Padre en su naturaleza espiritual. De hecho, el parecido entre el cristiano y Dios es tan grande, especialmente cuando se compara con el estado natural de pecado del hombre, que Pedro utilizando una metáfora, dice que los cristiano son ‘Participantes de la naturaleza divina’ (2ª Ped. 1: 4). Desarrolla más esta semejanza al describir a los cristianos como, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia’. Debido a esta semejanza, el cristiano se llama hijo de Dios.
Juan alude a esta filiación por regeneración de Dios, cuando llama a los cristianos hijos de Dios y luego relaciona este hecho con el que sea tan puros como Jesús cuando volverá del cielo (1ª Jun. 3: 2). En 1ª Juan 5: 8, también relaciona la pureza moral con la con la filiación del cristiano cuando escribe: ‘Sabemos que todo que ha nacido de Dios, no práctica el pecado, pues aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca’.
Esta es la filiación de Dios en el sentido regenerador. El hombre natural, quien ya es hijo por creación, es hecho una clase diferente de hijo por medio de una recreación, es hecha una clase diferente de hijo por medio de una recreación, naciendo de nuevo, naciendo de Dios. En el nuevo nacimiento es hecho santo en principio; recibe una naturaleza nueva. A causa de ello es semejante a Dios, a causa de su nueva naturaleza regenerada, y debido a esta semejanza se puede decir que es hijo regenerado de Dios.
Es obvia la relación que existe entre el Espíritu Santo y esta filiación regeneradora de Dios. Es el Espíritu quien la realiza. Nacemos de Él. Esto no quiere decir, desde luego, que el Espíritu es nuestro Padre, porque no lo es. La Trinidad toda es nuestro padre en este sentido regenerador, ya que en nuestra santidad somos hechos como toda la divinidad. Pero es la Tercera Persona, en especial la que nos regenera y nos hace semejantes a la divinidad. Jesús, en su conversación con Nicodemo, dice bien claramente que ‘nacemos del Espíritu’. Por consiguiente, debemos dar gracias al Espíritu Santo por esta otra clase de filiación con Dios: no la de Cristo, ni la del hombre natural, sino una filiación que significa que participamos de la naturaleza divina; nos convencemos en hermanos de Cristo, y somos como el Padre.

II. FILIACIÓN POR ADOPCIÓN.

Hay una segunda clase de filiación para el cristiano y en ella el Espíritu Santo desempeña un papel importante; es la filiación por adopción. Esta es un tema bíblico importante aunque a menudo olvidado. Como hijos de la Reforma, insistimos en el tema maravilloso de que somos justificados por fe, es decir, declarados como justos ante los ojos de Dios, porque Cristo ha ocupado nuestro puesto. Pero con demasiada frecuencia olvidamos la doctrina igualmente importante de la adopción divina.
Si bien como regenerados podemos llamarnos hijos de Dios, porque hemos sido creados a su imagen, también es cierto que podemos hijos del diablo debido a nuestro pecado y sus consecuencias. Por naturaleza estamos enajenados y somos objeto de la ira de Dios. No experimentamos comunión co Él, ni conocemos su amor. Temblamos ante su presencia porque sabemos que somos pecadores y que Él es un Dios justo. No somos hijos de Dios en el sentido más elevado, en el espiritual.
Pero cuando nos hacemos cristianos no sólo somos justificados en un sentido legal, de modo que nuestros pecados quedan eliminados, sino que somos adoptados como hijos de Dios. Esto no es lo mismo que la filiación regeneradora, por medio de la cuál somos hechos como imagen de Dios en su santidad. La adopción difiere de la regeneración de la misma manera que la justificación. La santificación es algo que ocurre dentro del hombre, y que lo hace personalmente santo. La justificación es una transacción que ocurre fuera del hombre y no cambia su naturaleza intima. Es un acto legal por medio del cual se declara que el cristiano está en una relación irreprochable con la ley. De manera semejante la regeneración que ocurre dentro del hombre al comienzo de su vida cristiana, y lo hace íntima y personalmente hijo de Dios; por el contrario la adopción es un acto legal que ocurre fuera del hombre, y por medio de la cual se declara que un hijo del diablo ha sido adoptado como hijo de Dios. Esta es la diferencia que existe entre la filiación regeneradora y la filiación adoptiva de Dios. Cuando esta acción adoptiva ocurre, se producen cambios reales en la relación del cristiano para con Dios. No son cambios ficticios, aparentes, como pretende las iglesias que no conocen la Escritura y su doctrina que la relaciona como tal, la cual enfatizan solamente la filiación regeneradora dentro del hombre, y se tiene que realizar cambios reales de arrepentimiento y de cambio real por la nueva vida.
Ante todo se da un cambio de nombre, hijo del Diablo a Hijo de Dios. También se cambia la herencia. Como hijo del diablo, el nombre por la ley divina debe recibir la herencia a la que tiene derecho, que es la condenación eterna. Como hijo de Dios, sin embargo, hereda vida eterna con toda su gloria y felicidad. Porque ‘somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo’ (Rom. 8: 16-17; Gál. 4: 7). Además, el cristiano dispondrá de cuidado y protección. No será como la protección justa y dura de la policía que puede ofrecerle la ciudad, pero carente de amor y de misericordia; sino más bien como la protección y cuidado que tiene el padre amante con el hijo de dos años. ‘Como el padre se compadece de los hijos se compadece Jehová de los que le temen’ (Sal. 103: 13). El cristiano no temerá acudir a Dios porque es un Dios severo, transcendente, justo. Al contrario, se acercará a Él con libertad exclamando ‘Padre’, o ‘papá’ porque éste es el significado de la palabra aramea ‘Adba’ en Romanos 8: 15 y Gálatas 4: 16, ‘Adba’ es el término sencillo y diario y diario que emplea el niño para dirigirse a su padre. Nos puede parecer irreverente, pero Pablo lo utilizó, no para indicar irreverencia sino para mostrar la nueva relación filial en la que ha entrado el cristiano. Porque ya no es ‘esclavo, sino hijo’ (Gál. 4: 7). El cristiano ya no tiene que temer a Dios, porque Dios lo ama y cuida de todas sus necesidades, como lo hace el padre humano con su hijo, sólo que en una forma incomparablemente más maravillosa.
El tema que estamos tratando, sin embargo, no es la adopción sino el papel del Espíritu Santo en la adopción. Este papel es doble: ante todo, nos da testimonio de nuestra filiación adoptiva, y en segundo lugar, garantiza su continuidad.
Es muy posible que una persona sea hijo de Dios y sin embrago no lo sepa bien. Puede haber nacido de nuevo, haber alcanzado la purificación de sus pecados, ser verdadero hijo por adopción, y sin embargo tener dudas acerca de su filiación. Puede orar: ‘Creo; ayuda mi incredulidad’ (Mar. 9: 24). Pedro presume esta falta de certeza cuando escribe: ‘tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección’ (2ª Ped. 1: 10). Juan también creyó que era posible que el cristiano no tuviera seguridad de su filiación adoptiva de Dios, porque al concluir su primera carta escribió: ‘Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios’ (1ª Jun. 5: 13). En otras palabras, si bien los lectores de Juan ya eran salvos e hijos de Dios (porque crecían, según él dice), sin embargo no lo sabían. Carecían de seguridad de su salvación.
No es normal que el cristiano carezca de seguridad, la cual es parte esencial de la fe. Pero el hecho es que a veces esa seguridad, al igual que una semilla, no se ha desarrollado del todo. La persona puede ser verdadero hijo de Dios, con derecho a los grandes privilegios de la filiación, sin embargo no caer en la cuenta de ello. Si esto es así, no será totalmente feliz y no poseerá paz mental, porque no sabe lo que de hecho es.
Ahí precisamente es donde el Espíritu Santo ayuda. Porque el Espíritu Santo nos hace caer en la cuenta de que somos hijos adoptivos de Dios. Sin mencionar en forma especifica nuestra filiación, la Biblia nos dice en varios lugares que es el Espíritu Santo el que nos da testimonio de las verdades en general. Jesús dijo que el Consolador dará testimonio de Cristo (Jun. 15: 26; 16: 13). Juan dice también que ‘el Espíritu es el que da testimonio; porque el Espíritu es la verdad’; y por consiguiente da testimonio a los cristiano de esa verdad.
Los textos más claros, sin embargo se encuentran en las cartas de Pablo, en las que en forma específica se habla de este testimonio del Espíritu Santo en relación con nuestra filiación. En Gálatas 4: 66, dice que ‘Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Adba, Padre!’. Romanos 8: 16-17, es el más explicito de todos, porque Pablo dice expresamente en ese pasaje: ‘El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo’. No está muy claro cómo el Espíritu da testimonio dentro de nuestros espíritus. ¿Lo hace simplemente morando en nuestro corazón, iluminando nuestra mente? Esto seria testimonio a nuestro espíritu. Pero Romanos 8: 16, también se puede traducir ‘El Espíritu mismos da testimonio con nuestro espíritu’. En otras palabras, junto con y demás de su presencia santificadora dentro de nosotros, da testimonio junto con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios.
En último término, sin embargo, no importa mucho cuál de las dos interpretaciones se adopte. En ambos casos, ya sea que dé testimonio a nuestro espíritu o con nuestro espíritu, el resultado es el mismo: adquirimos conciencia del hecho de que somos hijos de Dios. Al comienzo es posible no estar absolutamente seguros de nuestra filiación, como tampoco cuando ya llevamos tiempo e ese estado, pero el Espíritu Santo nos dará testimonio de una forma u otra del hecho de nuestra filiación, y nos producirá con ello gozo y consolación muy grandes. Luego llegaremos, poco a poco, a la posición de pablo, quien tenia seguridad plena cuando dijo: ‘Yo sé a quien he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi deposito para aquel día’ (2ª Tim. 1: 12); o cuando exclamó al concluir Romanos 8 que estaba persuadido de que nada ‘nos podrá separa del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro’. Poseemos paz con Dios. El Espíritu Santo nos asegura que somos hijos de Dios.
Este testimonio del Espíritu Santo es la primera forma en que éste participa en la filiación adoptiva del creyente. La segunda forma es cuando garantiza la continuidad de esa filiación.
Pablo ofrece a los Efesios la certeza feliz de que habiendo creído en Jesús, ‘fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia’ (Efe. 1: 13-14). La palabra arras se podría traducir en forma más clara como depósito. Cuando alguien compra un automóvil, por ejemplo, puede dar una parte del costo total del automóvil al vendedor, con la promesa de pagar el resto más adelante. De la misma manera Dios nos da un depósito de la herencia que poseeremos como hijos de Dios. Este depósito es el Espíritu Santo que mora en nosotros, y con ello Dios nos garantiza que nos dará el resto de nuestra herencia más adelante. El Espíritu es la promesa de Dios de que, habiendo comenzado una labor buena dentro de nosotros, la continuará hasta el día de Jesucristo (Fil. 1: 6). El Espíritu Santo es la garantía que Dios ofrece de que una vez que somos hijos adoptivos siempre seremos hijos suyos, sin que nada nos pueda apartar de sus manos (Jun. 10: 28-29). Y el depósito de Dios no es inseguro como el nuestro. A veces no podemos seguir pagando después de haber hecho el depósito. Nos henos extendido demasiado en lo financiero. Pero no ocurre lo mismos en el caso de Dios. Cuando da el depósito del Espíritu a nuestras vidas, garantiza con ello en forma absoluta que toda la herencia llegará a su debido tiempo.
De hecho, Pablo utiliza otra ilustración además de la de las arras, cuando dice que los Efesios fueron ‘sellados’ con ellas. El sello es un medio por el cual una persona dice que un objeto es suyo y también una forma de asegurarlo, de manera que no se pierda. Así pues, se solía cerrar las cartas con un sello de cera, de forma que no se podía leer sin que éste se rompiera. De la misma manera. Pilato hizo que se sellará la piedra que cerraba el sepulcro de Jesús como medida de seguridad para que no pudieran robar el cuerpo de Jesús. En forma semejante, el creyente es sellado en su filiación. Se lo señala como de Dios, y se lo protege en contra de toda pérdida. El Espíritu Santo no sólo es el pago inicial de Dios para una herencia futura. Pablo dice que también actúa como sello con el cual se garantiza la seguridad del creyente.
Esta misma idea de que el Espíritu Santo garantiza la continuación de la filiación del cristiano se halla en Romanos 8: 23, donde Pablo dice que los Romanos, quienes poseen las primicias del Espíritu, están a la expectativa de su adopción, a saber, la redención de su cuerpo. Las primicias eran la primera cosecha posterior abundante. Así pues, dice que los romanos tienen en sí mismos las primicias del Espíritu, es decir, al Espíritu Santo mismo. Como tiene el Espíritu, Pablo sugiera, un día poseerán la adopción plena con toda la herencia, incluyendo la redención del cuerpo. Porque así como las primicias de la cosecha son promesa de algo mejor, así también la posesión inicial del Espíritu Santo es promesa de cosa mucho más grandes que han de venir.
Vemos de estas siete maneras la riqueza del gran concepto bíblico hijo de Dios y la necesidad del Espíritu en cada caso, excepto en la filiación intra-trinitaria de Cristo. Sin el Espíritu Santo Jesús no hubiera podido nacer sobrenaturalmente y no hubiera sido llamado Hijo de Dios en virtud de ese nacimiento. Tampoco hubiera vivido la vida moral y religiosa del Hijo de Dios. Ni tampoco hubiera sido Mesiánico de Dios que obtuvo la salvación para todos los que en el creen.
Con relación al hombre, el Espíritu Santo estuvo activo en la filiación creadora a fin de dar a todos los hombres una semejanza persona con Dios en la creación. Si el Espíritu Santo no hubiera establecido esta filiación, el hombre sería un simple animal, sin inteligencia ni imaginación y razonamiento.
En cuanto a la filiación regeneradora, los cristianos debemos dar gracias al Espíritu Santo porque él es el que nos va cambiando según la imagen del Hijo, y también del Padre, de gloria, de forma que, en lenguaje metafórico, somos participantes de la naturaleza divina.

Por último, debemos dar gracias al Espíritu por el testimonio constante que nos da de que somos hijos adoptivos de Dios y de que podemos acudir a nuestro Padre celestial y exclamar, ‘Adba, Padre’, dándole a conocer todos nuestros deseos y anhelos. Y alegrémonos de que el espíritu sea la garantía, el pago inicial, el sello, y las primicias del legado espiritual total que nos pertenece como hijos e hijas de Dios.