LA OBRA DE SANTIFICACIÓN MISMA.

La santificación es la purificación de nuestras naturalezas de la contaminación del pecado. Es la obra principal del Espíritu Santo (Pr. 30:12; Ez. 36:25-27; Is. 4:4; Nm. 31:23; Mal. 3:2, 3). La obra del Espíritu Santo de santificación o purificación de nuestras almas es hecha por su aplicación de la muerte y sangre de Cristo a ellas (Ef. 5:25, 26; Tito 2:14; 1Juan 1:7; Ap. 1:5; He. 1:3; 9:14). Sin embargo a los creyentes también se les manda que se purifiquen a si mismos de los pecados (Is. 1:16; Jer. 4:14; 2ª Co. 7:1; 1ª Juan 3:3; Sal. 119:9; 2Ti. 2:21).
El bautismo es la grandiosa señal externa del .lavamiento interno de regeneración. (Tito 3:5; 1ª P. 3:21), es el medio externo de nuestra iniciación hacia el Señor Cristo y la insignia de nuestra lealtad al evangelio. Simboliza la purificación interna de nuestras almas y conciencias por la gracia del Espíritu Santo (Col. 2:11).
Hay un ensuciamiento espiritual en el pecado. El pecado en la Escritura es comparado a la sangre, a las heridas, llagas, lepra, escoria, enfermedades odiosas y a semejantes cosas malas. Del pecado debemos ser lavados, purgados, purificados y limpiados. Los creyentes encuentran al pecado vergonzoso, y se aborrecen y se odian ellos mismos por él.
Se regocijan en la sangre de Cristo la cual los limpia de todo pecado y les da valor para acercarse al trono de gracia (He. 10:19-22).

A. LA NATURALEZA DE EL ENSUCIAMIENTO DEL PECADO

Algunos piensan que el ensuciamiento del pecado descansa en la culpabilidad con vergüenza y temor. Es de esto que Cristo nos purga (He. 1:3). Algunos pecados tienen efectos especialmente contaminantes en las almas (1ª Co. 6:18). La santidad se opone a esta contaminación (1ª Ts. 4:3). La contaminación del pecado directamente se opone a la santidad de Dios, y Dios nos dice que su santidad se opone a el ensuciamiento del pecado (Hab. 1:13; Sal. 5:4-6; Jer. 44:4).
La santidad de Dios es la infinita y absoluta perfección de su naturaleza. Él es el eterno cianotipo y patrón de verdad, justicia y comportamiento recto en todas sus criaturas morales. Dios nos manda que seamos santos, así como él es santo. Por lo tanto él detesta el pecado y el ensuciamiento del pecado el cual es revelado por la ley.
La ley moral revela la autoridad de Dios en ambos sus mandamientos y amenazas. La transgresión de ello produce ambos el temor y la culpa.
La ley revela la santidad de Dios y su verdad. El no ser santo como Dios es santo es pecado. El pecador, a la luz de la santidad de Dios, se ve a si mismo sucio y por lo tanto se avergüenza. Adán miro su desnudez y se avergonzó. Esta es la suciedad del pecado la cual es purgada en nuestra santificación, para que una vez más seamos hechos santos.
Por medio del temor se le enseña al hombre la culpabilidad del pecado.
Por medio de la vergüenza se le enseña al hombre la suciedad del pecado.
Por medio de los sacrificios de expiación, Dios enseñó a su gente la culpabilidad del pecado.
Por medio de las ordenanzas para purificación, Dios enseñó a su gente la suciedad del pecado.
Por medio de estas leyes levíticas, los sacrificios y purificaciones, las cosas internas y espirituales eran simbolizadas. Eran la figura de Cristo y su obra, el cual trajo verdadera y real limpieza espiritual (He. 9:13, 14).
Así toda la obra de santificación es descrita por una fuente abierta para el pecado y la inmundicia. (Zac. 13:1).

B. LA VERGÜENZA Y EL ENSUCIAMIENTO DEL PECADO

La belleza espiritual y atracción del alma descansa en que sea como Dios. La gracia da belleza (Sal. 45:2). La iglesia, adornada con gracia, es bella y hermosa (Cant. 1:5; 6:4; 7:6; Ef. 5:27).
El pecado produce manchas, marcas y arrugas en el alma.
Es la santidad y el ser como Dios que hace a nuestras almas verdaderamente nobles.
Todo lo que es opuesto a y en contra de la santidad es bajo, vil e indigno del alma del hombre (Is. 57:9; Jer. 2:26; Job 42:5, 6; Sal. 38:5).
Esta depravación o desorden espiritual, el cual es el ensuciamiento vergonzoso del pecado, es revelado en dos formas. Es revelado por la inmundicia de nuestra naturaleza la cual es gráficamente ilustrada por un infeliz, contaminado infante (Ez. 16:3-5).
Todos los poderes y habilidades de nuestras almas son desde el nacimiento vergonzosamente y detestablemente depravados. De ninguna manera obran para hacernos santos como Dios es santo. Esta depravación es revelada también por la perversidad de nuestro comportamiento que sale del alma depravada y ensuciada.
EL PECADO TRAE ENSUCIAMIENTO: Cualquier pecado que sea, siempre hay contaminación en el. Por lo tanto Pablo nos amonesta que nos .limpiemos de toda inmundicia de carne y de espíritu. (2Co. 7:1).
Los pecados espirituales tales como la soberbia, amor propio, codicia, incredulidad y justicia propia todos tienen un efecto contaminante, así como lo tienen los pecados carnales y sensuales.
Esta depravación de nuestras naturalezas hace aun a nuestros mejores deberes inmundos (Is. 64:6). Cada persona nacida a este mundo esta contaminada por el pecado.
Pero con el pecado actual hay grados de contaminación. Entre más grande el pecado, de su naturaleza o circunstancia, más grande es el ensuciamiento. (Ez. 16:36, 37).
La contaminación es peor cuando la persona entera es ensuciada, tal como en el caso de la fornicación.
La contaminación se hace aun peor cuando la persona se tira a un continuo curso de pecar. Es descrito como .revolcarse en cieno. (2P. 2:22).
El juicio final en contra de pecadores obstinados los pone para siempre en ese estado de contaminación (Ap. 22:11).
Teniendo un conocimiento claro del pecado y su contaminación nos ayuda a entender más claramente la naturaleza de la santidad.
EL LAVAMIENTO ES VITAL: Donde esta inmundicia queda sin purgar, no puede haber verdadera santidad (Ef. 4:22-24).
Donde no hay purificación en absoluto, ninguna obra de santidad se ha empezado. Pero donde la purificación del pecado ha empezado, será continuada a través de la vida del creyente. Cualquiera que no está purgado de la inmundicia de su naturaleza es abominación al Señor (Tito 1:15). Al menos que la inmundicia del pecado sea purgada fuera, jamás podremos gozar de Dios (Ap. 21:27). Ni uno por sus propios esfuerzos puede librarse de la contaminación del pecado. Solo lo puede hacer con la ayuda de Dios el Espíritu Santo. Ningún hombre puede librarse del habito de pecar, ni tampoco puede limpiarse a si mismo de la contaminación de sus pecados.
Aunque se nos manda que .nos lavemos., que .nos limpiemos de los pecados, que nos purguemos de todas nuestras iniquidades., sin embargo el imaginarnos que podemos hacer estas cosas por nuestro propio esfuerzo es pisotear la cruz y gracia de Jesucristo. Lo que sea que Dios obre en nosotros por su gracia, él nos manda que lo hagamos como nuestro deber. Dios obra todo en nosotros y por medio de nosotros. La inhabilidad del hombre para hacerse limpio es vista por ambos Job y Jeremías (Job 9:29-31; Jer. 2:22).
LA LEY CEREMONIAL IMPOTENTE PARA LIMPIAR: Esas ordenanzas de la ley ceremonial de Dios dadas a Moisés para purificar la inmundicia no podían de sí mimas verdaderamente limpiar a la gente de la contaminación de sus pecados. Solo purificaban al inmundo legalmente.
La ley pronunciaba a la persona que se había sometido a la ordenanza purificadora limpio, y apto para tomar parte en la adoración santa. La ley solo los declaraba limpios, reconociéndolos como si verdaderamente hubieran sido limpios (He. 9:13).
Pero ninguna persona por el uso de estas ordenanzas podía realmente limpiarse de la contaminación del pecado (He. 10:1-4).
Estas ordenanzas ceremoniales de purificación bajo el Antiguo Testamento solo simbolizaban como el pecado seria purgado. Así Dios promete abrir otro camino por el cual los pecadores podrían realmente y verdaderamente ser limpiados de la contaminación del pecado (Zac. 13:1).
ENSEÑANZAS FALSAS: La iglesia Católica Romana ha inventado muchas maneras por las cuales pretende que el hombre puede ser limpiado de la contaminación del pecado. Pero todas son vanidades necias. Enseña que el bautismo quita toda inmundicia de nuestras naturalezas de ambos el pecado original y todo pecado real cometido hasta nuestro bautismo. ¡Pero esto no paso con Simón Mago (Hch. 8:13, 18-24)!
Otras maneras por las cuales se supone que el pecado puede ser limpiado de las almas contaminadas son roseando agua bendita, confesarse a un sacerdote haciendo penitencias y por medio de ayunos.
Pero aun después de hacer todas estas cosas y más, los Católicos Romanos todavía no pueden encontrar paz y satisfacción del alma. Todavía sienten la culpabilidad y contaminación del pecado. Así que dicen que después de la muerte deben ir al purgatorio y allí ser purificados por fuego.
Es innecesario decir que ninguna de estas cosas será encontrada en las Escrituras. Son los perversos inventos de una falsa e ilegitima Cristiandad.

18: LA OBRA DEL ESPÍRITU EN PURIFICAR A LOS CREYENTES DEL PECADO.

El Espíritu Santo es el obrero principal de santidad en nosotros en el fundamento de la sangre derramada por Cristo en la cruz por la cual el derecho del Espíritu Santo para obrar la santidad en nosotros fue comprado.
Esta santidad, o santificación, es producida en nosotros por dos medios: fe y los problemas o aflicciones.
Somos purgados del pecado por el Espíritu de Dios. Es de nuestras naturalezas depravadas que el pecado sale con toda su contaminación. Así que es por la renovación de nuestras naturalezas vueltas a la imagen de Dios que somos hechos santos (Ef. 4:23, 24; Tito 3:5). El Espíritu Santo nos limpia fortaleciendo nuestras almas por su gracia para cumplir nuestros deberes y para resistir a los pecados actuales. Pero si pecamos, es la sangre de Cristo que nos limpia (1ª Juan 1:7-9).
Es la sangre de Cristo aplicada a nuestras almas por el Espíritu Santo que verdaderamente purga a nuestras almas de los pecados (1Juan 1:7; Ap.1:5; He. 9:14; Ef. 5:25, 26; Tito 2:14), como Zacarías lo anticipó (Zac. 13:1).
La sangre de Cristo aquí es la sangre de su sacrificio, juntamente con su poder, virtud y efectividad.

A. LA SANGRE EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

La sangre de un sacrificio era considerada como una ofrenda a Dios para hacer expiación y reconciliación. Era rociada en las cosas para su purificación y santificación (Lv. 1:11; 16:14; He. 9:19, 20, 22).
Así la sangre de Cristo es considerada como el ofrecimiento de sí mismo por el eterno Espíritu a Dios para hacer expiación por el pecado y para procurar redención eterna. Es rociada por el mismo Espíritu en la conciencia de los creyentes para purificarlos de obras muertas (He. 9:12-14; 12:24; 1P. 1:2).
Pero la sangre de Cristo en su sacrificio todavía siempre esta en la misma condición que estaba en esa hora en la cual fue derramada. Es la misma en fuerza y en efectividad.
La sangre fría y coagulada no era de uso para rociar. La sangre fue señalada para expiación, porque la vida del animal esta en la sangre (Lv. 17:11).
Pero la sangre de un animal pronto se enfriaba y entonces se cuajaba. Pero la sangre de Cristo siempre esta caliente y nunca se cuaja, porque tiene el mismo Espíritu de vida y santificación todavía moviéndose en ella. Así tenemos un nuevo camino vivo hacia Dios (He. 10:20). Siempre esta viviendo, sin embargo siempre como si recién muerto.
Había diferentes clases de ofrendas propiciatorias donde la sangre era rociada. Había la ofrenda de fuego continuo. Por medio de esta y el esparcimiento de su sangre, la congregación era purificada para ser santa al Señor. Así es como el lavamiento de pecados secretos y desconocidos era simbolizado.
En el día del sábado, el sacrificio era doble en ambos la mañana y en la tarde. Esto enseñaba un derramamiento especial y más abundante de misericordia y de gracia purificante.
Había un gran sacrificio anual en la fiesta de expiación cuando por medio del sacrificio de la ofrenda por los pecados y del chivo expiatorio la congregación entera era purificada de todos los pecados grandes y conocidos y eran traídos a un estado de santidad legal.
Había sacrificios ocasionales para todos de acuerdo a cada sentido de necesidad de cada persona. Había un camino continuamente listo para la purificación de cualquier hombre al traer una ofrenda.
Ahora la sangre de Cristo debe continuamente y en todas ocasiones llevar a cabo espiritualmente lo que estos sacrificios cumplían legalmente (Heb 9:9-14). Y así lo hace.
LA VACA BERMEJA: En el libro de Números leemos de otra manera por la cual el pueblo de Dios bajo el Antiguo Testamento era purificado. (Nm. 19). Una vaca bermeja era sacrificada. La sangre era llevada y rociada en el tabernáculo, pero la vaca era quemada. Las cenizas de la vaca entonces eran guardadas y cuando alguno deseaba ser purificado de contaminaciones legales, algunas de las cenizas eran mezcladas con agua y rociadas en la persona inmunda. Ahora, así como las cenizas de la vaca bermeja siempre estaban disponibles para la purificación, así es la sangre de Cristo ahora para nosotros. Cualquier persona inmunda que no se purificaba con las cenizas de la vaca debía de ser cortada de su gente (Nm. 19:20). Y así es también con aquellos que rehúsan ser purificados por la sangre de Cristo como el .manantial abierto para el pecado y la inmundicia. (Zac. 13:1).

B. LA SANGRE LIMPIADORA DE CRISTO.

Ahora la sangre de Cristo nos limpia de todos nuestros pecados. La sangre de Cristo quita del pecador toda la odiosidad del pecado en la vista de Dios. Ahora el pecador es visto como uno que es lavado y purificado y apto para estar en su santa presencia (Is. 1:16-18; Sal. 51:7; Ef. 5:25-27).
La sangre de Cristo quita la vergüenza de la conciencia y da al alma libertad en la presencia de Dios (He. 10:19-22).
Cuando estas cosas son hechas, entonces el pecado es purgado y nuestras almas son limpiadas.
¿Pero cómo venimos a ser participantes de esa sangre limpiadora? Es el Espíritu Santo quien nos enseña y nos convence espiritualmente de el ensuciamiento causado por el pecado (Juan 16:8). Solo cuando vemos como el pecado nos a ensuciado seremos llevados a la sangre de Cristo para limpieza.
El Espíritu Santo nos propone, declara y presenta el único verdadero remedio para nuestra limpieza. Si se nos deja a nosotros, nos volteamos a los medios equivocados (Os.5:13). Es el Espíritu Santo quien nos enseña las cosas de Cristo (Juan 16:14).

C. FE Y LIMPIEZA

El Espíritu Santo también obra la fe en nosotros por la cual somos hechos participantes de la virtud purificante de la sangre de Cristo. Por la fe recibimos a Cristo y por fe recibimos todo lo que Cristo nos da (Sal. 51:7; Lv. 14:2-7; Nm. 19:4-6; Hch. 13:39; He. 9:13, 14; 10:1-3).
La verdadera aplicación por medio de la fe de la sangre de Cristo para limpiar descansa en cuatro cosas.
PRIMERO, debemos mirar por fe a la sangre de Cristo así derramada en la cruz por nuestros pecados, así como los antiguos Israelitas miraron a la serpiente de bronce en la bandera para ser sanados del veneno de las víboras que los mordían. (Is. 45:22; Nm. 21:8; cf. Juan 3:14).
SEGUNDO, la fe de hecho confía y descansa en la sangre de Cristo para limpieza de todo pecado (Ro. 3:25; He. 9:13, 14; 10:22).
TERCERO, la fe ora fervientemente para que esa sangre limpiadora sea aplicada (He. 4:15, 16).
Y CUARTO, la fe acepta la veracidad y fidelidad de Dios de limpiar por la sangre de Cristo.
El Espíritu Santo realmente aplica la virtud purificante y limpiadora de la sangre de Cristo a nuestras almas y conciencias para que seamos libres de vergüenza y tengamos libertad hacia Dios.
Es por la fe que nuestras almas son purificadas (Hch. 15:9). La fe es la mano del alma que se agarra de la sangre de Cristo para limpieza.
Hay dos evidencias indefectibles de una fe sincera. Internamente, ella purifica el corazón y externamente, ella obra por amor (1P. 1:22; Tito 1:15).
Somos purificados por fe porque la fe es la gracia mayor por la cual nuestra naturaleza es restaurada a la imagen de Dios y así librada del ensuciamiento original (Col. 3:10; 1ª Juan 3:3). Es también por fe de nuestra parte que recibimos la virtud purificante e influencias de la sangre de Cristo (Dt. 4:4; Jos. 23:8; Hch. 11:22). Y aún más, es mayormente por fe que nuestras codicias y corrupciones las cuales nos ensucian son muertas, sometidas y gradualmente conducidas fuera de nuestras mentes (He. 12:15; Stg. 1:14; Juan 15:3-5).
La fe se agarra de los motivos que nos son presentados para provocarnos a la santidad, y para usar todo los caminos que Dios nos a dado por los cuales podemos evitarnos de ser ensuciados por el pecado, y por los cuales nuestras mentes y conciencias pueden ser limpiadas de obras muertas.
Dos motivos excelentes nos son presentados.
EL PRIMER MOTIVO excelente viene de las maravillosas promesas de Dios que ahora se nos dan (2ª Co. 7:1).
EL SEGUNDO MOTIVO viene del pensamiento de ser como Cristo cuando le veamos así como él es en la gloria eterna (1ª Juan 3:2, 3).

D. AFLICCIONES Y SANTIDAD

Dios nos envía problemas para purificarnos del pecado (Is. 31:9; 48:10; 1ª Co. 3:12, 13).
Cuando estamos bajo el dominio del pecado y de su juicio, las penas son una maldición y a menudo resultan en más actos pecaminosos. Pero cuando la gracia reina en nosotros, las penas son un medio para santificarnos y son el medio por el cual las gracias son fortalecidas, resultando en santidad.
La cruz de Cristo arrojada a las aguas de aflicción las hace saludables y un gran medio de gracia y santidad (Ex. 15:22-25).
Todo el dolor y sufrimiento que su pueblo experimenta, él lo siente primero (Is. 63:9; Hch. 9:5; Col 1:24).
Todas nuestras penas y aflicciones son los medios de Dios para hacernos más y más como su Hijo (Ro. 8:29).
Ellas nos ayudan a tener un sentido mas profundo de la vileza del pecado así como Dios lo ve. Las penas son usadas por Dios para disciplinar y corregir a sus hijos. Así como tales, no deben de ser despreciadas (He. 12:3-11).
Las penas nos ayudan a depender menos y menos en las cosas creadas para nuestra comodidad y de regocijarnos mas en las cosas de Cristo (Ga. 6:14).
Las penas nos ayudan a matar nuestras codicias o deseos corruptos. Somos liberados mas y más de las contaminaciones del pecado y somos hechos mas y mas santos, así como él es santo (2Co. 4:16-18).
Las penas son la manera de Dios para sacar de todos nosotros las gracias del Espíritu para que sean constantemente y diligentemente ejercitadas.

E. EL CAMINO A LA FUENTE LIMPIADORA

Trata de entender la odiosidad del pecado con sus efectos sucios y el gran peligro de no ser limpiado del pecado (Ap. 3:16-18).
Escudriña las Escrituras y considera seriamente lo que enseña sobre nuestra condición después que perdimos la imagen y semejanza de Dios (Sal. 53:3).
El que ha recibido el testimonio de la Escritura sobre su estado contaminado tratará y encontrará la razón para ello. Él descubrirá sus propias llagas y gritará, ¡Inmundo! ¡Inmundo!.
Ora también por luz y orientación sobre tu contaminación y para como tratar con ella.
La luz natural no es suficiente para conocer la profundidad de tu depravación (Ro. 2:14, 15).
Para ser purificado de la contaminación del pecado, debemos de avergonzarnos de la suciedad del pecado (Esdras 9:6; Jer. 3:25). Hay dos clases de vergüenza. Hay vergüenza legal la cual es producida por una convicción legal del pecado. Por ejemplo, Adán, después de su caída, sintió una vergüenza la cual lo llevo al miedo y al terror. Así que corrió y se escondió de Dios. Hay también vergüenza evangélica la cual sale de un sentido de vileza del pecado y de las riquezas de la gracia de Dios al perdonarnos y purificarnos de este (Ez. 16:60-63; Ro. 6:21).
Tristemente, sin embargo, muchos son completamente insensitivos a su verdadera condición. Están mas avergonzados de cómo se ven delante de los ojos de los hombres que de cómo parecen sus corazones a la vista de Dios. Algunos son puros delante de sus propios ojos (Pr. 30:12),  los Fariseos (Is. 65:4,5).
Algunos todavía se jactan abiertamente de su vergüenza y pecado. Proclaman su pecado como Sodoma (Is. 3:9; Jer. 6:15; 8:12) y no solo se jactan de su pecado, sino aprueban y se deleitan en los que pecan como ellos (Ro. 1:32).

F. NUESTRO DEBER DE ENTENDER LA MANERA DE DIOS DE LIMPIAR

La importancia de este deber se nos enseña por Dios mismo. Las instituciones legales del Antiguo Testamento nos enseñan la importancia de este deber, porque cada sacrificio tenía algo en ello para purificar de la inmundicia. Las mas grandes promesas del Antiguo Testamento se enfocan en la limpieza del pecado (Ez. 36:25, 29). En el evangelio, se nos enseña que la necesidad más grande es de ser limpiado del pecado.
El poder limpiador de la sangre de Cristo y la aplicación del Espíritu de esa sangre a nuestros corazones nos es presentada en las promesas del pacto (2ª P. 1:4).
La única manera para gozar personalmente de las cosas buenas presentadas en las promesas es por fe (He. 4:2; 11:17; Rom. 4:19-21; 10:6-9).
Dos cosas hacen a esta fe efectiva.
LA PRIMERA es la excelencia de la gracia o del deber mismo. La fe desecha cualquiera otra manera de limpieza. Da toda la gloria a Dios por su poder, fidelidad, bondad y gracia a pesar de todas las dificultades y oposiciones. La fe glorifica la sabiduría de Dios por obrar este camino para que nosotros seamos limpiados.
LA SEGUNDA. Glorifica la gracia infinita de Dios al proveer esta fuente para toda inmundicia cuando estábamos perdidos y bajo su maldición. De este modo somos unidos a Cristo del cual solo de él viene toda nuestra limpieza.
Los deberes de los creyentes
EL PRIMER deber es de estar en una continua negación de si mismo. En tu propia estimación, ponte en el asiento mas bajo, así como Cristo les dijo a los Judíos que hicieran cuando estuvieran en un banquete. Recuerda el estado sucio y contaminado del cual has sido liberado (Dt. 26:1-5; Ez. 16:3-5; Sal. 51:5; Ef. 2:11-13; 1Co. 6:9-11; Tito 3:5).
EL SEGUNDO deber es de estar continuamente agradecido por esa liberación de la contaminación original del pecado la cual Cristo te ha dado (Lc. 17:17; Ap. 1:5, 6).
Debemos valorizar el rociamiento de la sangre de Cristo en la santificación del Espíritu.
Estar consciente de ese gozo y satisfacción interna que puedas tener porque has sido liberado de esa vergüenza la cual nos privaba de todo valor y confianza para venir a Dios, y estar agradecido. Alabad a Dios por estas cosas.
Debemos, entonces por eso, cuidar en contra del pecado, especialmente con sus estímulos tempranos en el corazón. Recuerda su peligro y castigo. Considera el terror del Señor y las amenazas de la ley. No te hundas en el temor servil que anhela deshacerse de Dios, sino busca ese temor el cual te detiene del pecado y hace al alma mas determinada a agarrarse de Dios. Considera el efecto contaminante y odioso del pecado (1ª Co. 3:16, 17; 6:15-19).
Anda humildemente delante del Señor. Recuerda que las mejores obras que hacemos son como trapos de inmundicia (Is. 64:6). Y cuando hagamos hecho todo lo que se nos a mandado a hacer, todavía debemos vernos como siervos inútiles (Lc. 17:10). Mata de hambre a la raíz del pecado (Stg. 1:13-15). No alimentes a tus deseos pecaminosos.
Ven continuamente a Cristo para limpieza por su Espíritu y el rociamiento de su sangre en tu conciencia para purgarla de obras muertas esas obras por las cuales el alma, descuidando la fuente establecida para su limpieza, intenta limpiarse a si misma del pecado y su contaminación.
PREGUNTA. ¿Pero como el que es santo, inofensivo, sin mancha y apartado de los pecadores puede ser unido y tener comunión con aquellos que están contaminados y en un estado de oscuridad? ¿No nos dice la Escritura que no puede haber compañerismo entre la justicia y la injusticia, ni comunión entre la luz y las tinieblas (2Co. 6:14)?
RESPUESTA. Los que están enteramente bajo el dominio de su suciedad original no tienen ni tampoco pueden tener unión o comunión con Cristo (1Juan 1:6). Ninguna persona no regenerada puede ser unida a Cristo.
Cualquiera que nuestra suciedad sea, Cristo que es luz no es ensuciado por ellos. La luz no es contaminada al alumbrar un montón de estiércol. Una llaga en la pierna no contamina a la cabeza, aunque la cabeza sufre con la pierna.
El propósito de Cristo al unirse con nosotros es de purgarnos de todos nuestros pecados (Ef. 5:25-27). No es necesario que para que seamos unidos a Cristo seamos completamente santificados. Somos unidos a Cristo para ser completamente santificados (Juan 15:1-5). De este modo, donde la obra de santificación y limpieza espiritual ha verdaderamente empezado en alguien, allí la persona entera ahora es considerada ser santa. Nuestra unión con Cristo es directamente por la nueva creación en nosotros. Esta nueva creación la cual esta unida a Cristo fue formada en nosotros por el Espíritu de santidad y es entonces en si misma santa.
Hay muchos pecados por los cuales los creyentes son ensuciados. Pero hay un camino de limpieza todavía abierto para ellos. Si continuamente usan ese camino de limpieza, ninguna suciedad de pecado puede estorbar su comunión con Cristo.
Bajo el Antiguo Testamento, una provisión fue hecha para la suciedad. Si una persona no hacia uso de esta provisión cuando era ensuciada, era cortada de su pueblo. Dios nos ha proveído con la sangre de Cristo para limpiarnos de toda suciedad del pecado, y él espera que los creyentes la usen. Si no hacemos uso de ella no podemos tener comunión con Cristo, ni tampoco podemos tener verdadero compañerismo con otros creyentes (1ª Juan 1:6, 7).
Debemos orar como David lo hizo (Sal. 19:12, 13). Su oración era un constante reconocimiento humilde de sus pecados. ¿Quién puede entender sus errores? El busco una limpieza diaria de esos ensuciamientos los cuales los pecados más pequeños y secretos traen. Líbrame de los que me son ocultos. Él oró que fuera guardado de pecados de soberbia, o pecados intencionales cometidos deliberadamente en contra de la luz conocida. Mientras los creyentes sean guardados dentro de los límites puestos en la oración de David, aun aunque son ensuciados por el pecado, sin embargo hay en ellos nada inconsistente con su unión con Cristo. Nuestra bendita cabeza no solo es pura y santa, él es también misericordioso y bueno. Él no cortara a un miembro de su cuerpo porque esta enfermo o tiene una llaga.
CONCLUSIÓN. Hay, entonces, una gran diferencia entre la verdadera santidad forjada en nosotros por el Espíritu Santo y una vida moralmente decente producida por un esfuerzo propio.

Aun más, la vida de santidad forjada en nosotros por el Espíritu Santo necesita ser mantenida pura y sin ensuciar por el Espíritu de Dios y la sangre de Cristo, mientras que la vida moralmente decente, producida por un esfuerzo propio, se esfuerza por mantenerse pura por .buenas resoluciones.